Aunque ya no son jóvenes, tampoco mayores. Viven en distinto portal, pero comparten el patio de vecindad. Se han visto con frecuencia sin saludarse. En la cola distendida del súper uno se ha parado, el otro avanza, tropiezan (hoy casi accidente de tráfico), se disculpan, al restablecerse la circulación bromean un poco, se dan los teléfonos y al día siguiente uno de ellos llama al otro. Ahí empieza una historia típica de tiempos de guerra, cuando la gente decide que la vida hay que vivirla sin remilgos. Las charletas, que van subiendo de tono y acaban siendo ardientes, se complementan con el lenguaje corporal a través del patio. No pueden dar el salto, pues uno de los dos vive con un progenitor de mucha edad (factor de riesgo). Entre quienes desean estar juntos la imposibilidad es gasolina a un incendio, como todos sabemos. Falta el siguiente capítulo, pero aún no ha ocurrido.