En encuentros pasados sugería algunos consejos sobre cómo gestionar el confinamiento coronaviral con niños o adolescentes en casa, pero ahora nos toca a nosotros. Me refiero a nosotros como seres individuales, sin el rol que representamos como marido, esposa, padre, madre, hermano, etc.

Si hay algo que caracteriza a esta crisis pandémica es la cantidad ingente de recursos de todo tipo, modo y manera que estamos recibiendo desde el primer día vía WhatsApp, sugiriendo millones de consejos para "matar" el tiempo (qué expresión tan horrible); las editoriales también ofertan sus revistas libres de cargo, internet abre todavía más si cabe sus puertas, la TV oferta amplia programación, Netflix y Movistar han aumentado su consumo en un porcentaje más que relevante.

Por otro lado, los colegios literalmente se han lanzado a enviar a los padres plataformas y recursos digitales - me comentaba desesperada una madre amiga que a ella le habían enviado cuatro distintas - para que sus hijos no pierdan tiempo de educación. Como si los profesores se encontraran en la obligación de justificar su trabajo ante las familias y estas estuvieran así más tranquilas teniendo a los niños "colocados". Una pena. Díganme, ¿Hay algo más preciado que el tiempo?

Me horrorizan las expresiones de matar el tiempo, gastar el tiempo o perder el tiempo, pero al tiempo son muy certeras, porque indican que algo que muere ya no vuelve, algo que se gasta es porque es limitado y algo que pierdes resulta difícil de recuperar. Esta crisis nos ha quitado muchas cosas, pero nos ha proporcionado algo sumamente valioso como es tiempo. Sin embargo, ¿cómo reaccionamos nosotros? - digo nosotros, porque no se crean ustedes que yo me sustraigo de ello - pues buscando recursos para seguir cometiendo el crimen contra el tiempo, que es contra nuestro tiempo, contra el tiempo de nuestra vida. Es, de alguna manera, como si necesitáramos seguir haciendo girar la rueda como el hámster en su jaula. La pura agitación no genera nada nuevo, solo reproduce o acelera lo que ya existe.

¿Es que acaso tenemos miedo a estar con nosotros mismos? Esta crisis nos pone frente al espejo y lo que vemos es un "horror vacui" inducido, en parte, por nosotros mismos, por búsqueda excesiva de estímulos externos facilones. Dirán ustedes "pues yo hago lo que más me gusta" y yo les respondo: pues no necesariamente, porque para hacer lo que le gusta tiene que saber con qué opciones cuenta; y es aquí donde entra la diferencia que los educadores de calle conocen muy bien, la diferencia que hay entre tiempo ocio y tiempo libre.

El tiempo de ocio implica realizar actividades de forma libre, voluntaria y que reportan una satisfacción personal, pero, y aquí viene la diferencia, que esa satisfacción no sea perecedera, sino que se mantenga en el tiempo; por ello es necesario formarla. Esa formación puede venir de nosotros mismos, del hermano, marido, hijos, etc. no dejemos todo a los profesores. Es cuestión de actitud de ver las cosas pasar sin hacer nada o participar en cómo yo quiero que pasen. Me explico. Si en esta tierra de vino, no me gusta el vino, pero alguien en el que confío me introduce en cómo se cata, en por qué el vino también llora con más o menos alcohol, en cómo se descubren los distintos matices de sabores en función de la tierra, cómo el color varía con la edad, etc., pues, quizá sí o quizá no, empezaré a cogerle el gusto, pero al menos tomo la decisión con criterio. El tiempo libre se educa, y se educa para conocer las opciones.

No dejemos que este tiempo de estar en casa se nos escape (otro verbo horrible) de las manos sin sacar nada para nuestro desarrollo personal. Tal vez, no tengamos otra oportunidad como esta en el resto de nuestra vida y cuando, pasados ya muchos años, nos acordemos de este tiempo COV-19, que podamos decir: "ah, sí", en aquel tiempo aprendí a catar vino, aprendí a ver el cine de Almodóvar de otra manera, aprendí a que mis padres no son tan rollo como yo pensaba, descubrí aspectos de mi marido o de mi mujer o de mis hijos que no conocía, empecé a saber cómo las plantas que tenía en el balcón crecen de día en día agradecidas solo porque les prestaba más atención. Todo el mundo caracteriza a esta crisis como algo extraordinario, sin precedentes, ¿cómo la recordaremos? y, sobre todo, ¿cómo nos recordaremos?

El pensador y profesor de Filosofía Chul-Han, cuya lectura recomiendo fervientemente, porque es una de esas personas que te devuelven la paz interior en días de tormenta, nos dice que lo importante solo se revela ante una atención profunda y contemplativa. Así parece ser, porque no sé si se han fijado ustedes, pero resulta muy curioso que cuanto más avanza el confinamiento, más calmados y reflexivos nos volvemos. He dejado de recibir un millar de WhastApp a recibir menos de la mitad y, ayer mismo, recibía de una amiga de un grupo de esta red social un montaje de fotografías antiguas de nuestra niñez y juventud en el pueblo en momentos de celebraciones significativas para nosotros. Esto es otro ejemplo de lo que quiero decir, crear valor para nosotros con este tiempo extra sobrevevenido. Demos a este tiempo el valor que nos merecemos. Somos una sociedad de acción, pero de acción hacia afuera; aprovechemos este tiempo para que sea también de acción para construirnos a nosotros. Si cometemos el crimen de matar el tiempo, no saldremos indemnes.

Permítanme que, con intención maléfica, pero coherente, termine con las palabras sabias de otros dos pensadores; el primero es Merleau-Ponty: "solemos olvidar constantemente las ambiguas y fluidas manifestaciones y pasamos a través de ellas de forma inmediata hacia las cosas por ellas presentadas". El segundo es de Winnie Pooh: "¿qué día es hoy?" Preguntó Winnie. "Es hoy" respondió su amigo Piglet. "Ah, ¡mi día favorito!" Son palabras de fácil lectura y de comprensión escondida. Ahí les dejo una ocasión para el tiempo de ocio.