Quizás por encima de la razón, lo más distintivo del animal humano que somos, como tan bien ha expresado Yuval Noah Harari, sea la ficción, la capacidad para poder imaginar, generarnos expectativas y, por ende, soñar despiertos, porque esto es lo que nos ha permitido no ya adaptarnos al medio, cosa que compartimos con muchas especies animales, sino transformarlo. Así imagino a un sumerio, tal vez, hace unos cinco mil años sentado es su rudimentaria choza de madera medio excavada en el suelo contemplando cómo todos sus vecinos, como él mismo, arrastraban las cosas para trasportarlas mientras en su cabeza iba soñando con la posibilidad de que tan trabajosa tarea se hiciese de otra manera. Solo desde ese imaginar las cosas de otra forma pudo ser posible la invención de la rueda.

Nuestro mundo, tan alejado del de aquel sumerio supuesto inventor de la rueda, con un desarrollo tan superior, de repente se nos ha venido abajo al menos provisionalmente y el desarrollismo de los últimos siglos no ha impedido no solo que nos veamos confinados en casa, con mayores o menores comodidades, sino que tomemos conciencia de que casi seguro el mundo que conocimos anterior al COVID-19 ya no será exactamente igual cuando pase la pandemia.

El confinamiento nos está dando mucho tiempo para pensar desde nuestra racionalidad, pero vamos a tener que incorporar también nuestros sueños y no solo para mientras dure la situación de encierro, sino, sobre todo, para el día después. Porque quedarnos solo con lo que nos dicta la razón no es tan esperanzador. Estamos constantemente asediados con noticias luctuosas, cifras de infectados, inversiones mayúsculas para paliar la tragedia económica, augurios de una crisis más próxima a la de 1929 que a la de 1945 que choca con las cifras de las inversiones y ayudas y un largo etcétera de situaciones actuales o venideras frente a las que la razón quizás no sea capaz de darnos algo de tranquilidad y sosiego. Y es aquí en donde es esencial que demos rienda suelta a nuestros sueños, a la ficción de qué haremos en cuanto salgamos, dónde viajaremos, qué cambiaremos de nuestra vida después de lo que hemos aprendido en los últimos tiempos, sobre todo después de haber podido dedicar a pensar en nosotros mismos más que en toda nuestra vida anterior.

Este soñar despiertos con el día después tiene un indudable valor terapéutico que nos abstrae de la oscura realidad y nos traslada a un imaginario mucho más amable e incluso placentero, así que, aunque solo sea por eso, bienvenido ese nuestro soñar, porque necesitamos con virulencia sosegar nuestra alma al tiempo que cuidamos de que nuestro cuerpo no sea atrapado por el virus. Y es bueno este soñarnos el día después en sí mismo por la paz que nos produce y la vitalidad que nos da en unos momentos en los que nos sentimos atrapados entre las paredes de casa y con tantas esperanzas, reales o imaginadas, truncadas de golpe. En un magnífico poema Goethe escribía: "Aquello que puedes hacer/o sueñas que puedes hacer,/ comiénzalo", y así nos sentimos mientras soñamos, con la fuerza suficiente para no dejarnos nada atrás de lo deseado después de la experiencia vivida. Así que soñemos como se ama, sin medida, porque ello nos hará sentirnos, como reflexionaba Albert Camus, "En medio del caos me pareció que había dentro de mí una calma invencible".

Sin embargo, conviene que cuando acabe este caos no añadamos más tragedia a la tragedia y que todo lo soñado y que tanto nos ha confortado no se convierta ahora en una razón más de dolor y nos quedemos enredado en el pesimismo calderoniano de "que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son", porque no estamos para más fatalismo. Con demasiada frecuencia nuestros sueños se llenan de cuánto, cómo, cuándo y dónde, de manera que nos pensamos ahora realizando lo soñado en el mundo que dejamos atrás. Pero es que ese mundo ya no va a ser el mismo, al menos en un tiempo quizás demasiado largo. La playa, una terraza, un paseo, un viaje, no se van a hacer en las mismas condiciones que lo hacíamos y bien pudiera ser que esas condiciones hiciesen que ya no nos interesase realizar lo soñado.

Por eso es fundamental que busquemos que los sueños que nos calman hoy no nos destrocen mañana y para ello es importante que pensemos, por encima de dónde, cuánto, cómo y cuándo, con quién. Quizás siempre debiéramos haber puesto ese con quién en primer lugar, pero con demasiada frecuencia lo hemos pospuesto atrapados en el frenesí de lo externo y ahora puede que en ello nos vaya más de lo que creamos. Porque cuando todo esto acabe lo esencial será con quién queremos seguir caminando, porque ese quién será sin duda nuestro mejor refugio ante el mundo incierto que se nos abre y será con ese quién soñado con el que los cómo, cuándo, cuánto y dónde se perderán, como en la canción de los Chunguitos, en un "si me das a elegir, me quedo contigo".