No digo yo que lo esté haciendo bien el Gobierno, ni tampoco mal, porque para llegar a esa conclusión debería disponer de una información a la que muy pocos tienen acceso. Pero de lo que sí estoy convencido es de que unas cosas las estarán haciendo bien, y otras mal. Y eso, lo puedo decir yo o cualquiera, porque cuando se cuenta con los medios que dispone la Administración del Estado es imposible que no se llegue acertar nunca en las decisiones que puedan tomarse, de la misma manera que también es imposible que se llegue a acertar en todo, especialmente ante un problema desconocido, sobrevenido con inusitado ímpetu, como es el caso del "tiranosaurio" (Coronavirus). Llegar a esta conclusión es, ni más ni menos, consecuencia de la simple aplicación del sentido común.

Pero la clase política española no parece pensar lo mismo, especialmente la oposición, porque ante cualquier decisión gubernamental, inmediatamente lanza a las redes sociales e informativas una o varias proclamas diciendo que lo que ha hecho el gobierno lo ha hecho mal: si no han repartido mascarillas, porque no las han repartido; si las reparten, porque lo han hecho de manera inadecuada; si las reparten y de manera adecuada, que son pocas; y si son suficientes, que no disponen de la calidad o la duración necesaria. Y es que siguen actuando en clave de "oposición" como si aquí no hubiera pasado nada, cuando de lo que se trata, en este momento, es de arrimar el hombro y plantar cara al terrible problema que nos está asolando.

Tiempo habrá para pasar factura, pero por el momento y por la cuenta que nos tiene, y nos guste más o menos, no queda otra que apoyar a quienes nos dirigen, sin olvidarnos de encender velas suficientes para que lleguen a acertar en sus decisiones. Eso no quita para ir anotando en la agenda roja los devenires, los desaires y los errores con los que nos acongojan a diario para, en su momento, utilizarlos de manera entonada y proporcional.

Los separatistas, haciendo gala de ese ramalazo de fanatismo que no consiguen disimular, no pueden por menos de presionar, aprovechando el momento de debilidad del Estado, para tratar de conseguir sus objetivos, pasando por encima de las necesidades más perentorias de la gente, incluidas las de su propia parroquia. Pero ya sabemos, o al menos deberíamos saber, que con este tipo de individuos hay poco de lo que hablar ya que es imposible llegar a acuerdos, puesto que el monotema que han elegido es el de "hablemos de lo mío, y en los términos que yo exijo", porque lo que persiguen es más viejo que las orillas del Duero: "desde que el mundo es mundo son los ricos los que quieren separarse de los pobres, no los pobres de los ricos" que decía Javier Cercas en una de sus columnas periodísticas.

De manera que el resto de los partidos, los no independentistas, incluidos los que están en el Gobierno, al ser conocedores de todo esto, deberían dejar el hacha de guerra en la mesilla de noche - por aquello de lo que pueda pasar - y de manera sosegada buscar una base de acuerdos, lo más más amplia posible, que permita reconducir la situación: la sanitaria y la económica. Para ello tendrían que prescindir de practicar el sectarismo y no utilizar miedos perturbadores que acojonen a la gente, y pensar únicamente como hombres o mujeres de estado. Claro que eso es mucho pedir, aunque sea lo que desea la mayor parte de los españoles, según rezan las encuestas publicadas en periódicos de distintos signos ideológicos.

Y es que ahora no se está para participar en mesas de negociaciones con ninguna autonomía, ni para llevar fotocopiadoras al Congreso, ni para dar de mamar a los bebés en los bancos de las señoras diputadas, ni para ganar elecciones. Para eso ya habrá tiempo más adelante, porque lo primero que hay que hacer es sobrevivir, luego reconducir la economía y después, llegado el momento, resignarse a oír los pitos y las flautas, y los delirios y devaneos que tanto gustan a la clase política, aunque al resto de la gente cada vez les repatee más.

Pero, desafortunadamente, ese patriotismo del que presumen los partidos no es tal, porque hacer política manipulando a los muertos, como ocurrió con el tema de ETA, durante tantos años, es propio de carroñeros, y hoy en día el recuerdo de determinados hechos se borra con relativa facilidad. De ahí que no haya nada más fácil para llegar al corazón de la gente, ni tampoco más miserable, que utilizar el dolor de las personas próximas a quienes han perdido la vida para tratar de hacer política.