En el día del libro, tan diferente de los anteriores, cuando nos movíamos por ferias y librerías con el sol de primavera, escribo estas líneas en situación parecida a la de don Alonso Quijano, recluido en su casa y leyendo tanto que acabó por creerse personaje de sus lecturas. Un servidor, con el mismo apellido, anda convertido en Quijote sin saber cómo acabaré. La reclusión nos deja más tiempo de lectura pero seguro que no a todos porque me cuentan situaciones donde la sensación de agobio o la atención a pequeños enjaulados no facilita demasiado la lectura tranquila. Releo el Quijote y vuelvo con Cervantes. Ordeno papeles, recorro el pasillo una y mil veces en una carrera contrarreloj patética: ni puedo correr y ni parece que el reloj se mueva. Decía que me estoy pareciendo a don Alonso Quijano y les aseguro que ustedes y yo, cuando terminemos el confinamiento, nos vamos a parecer también al " Licenciado Vidriera", una de las "novelas ejemplares" de Cervantes donde nos cuenta el atormentado vivir de un estudiante de Salamanca que se creía el cristal y su miedo era hacerse añicos al menor contacto, por lo que rogaba a gritos, con gran risa de todos, que no se acercasen demasiado. Miren por donde el virus nos ha hecho a todos otro personaje de Cervantes, sin quererlo. No es exagerado decir que muchas veces la vida se parece a la literatura y no al revés, como se suele pensar. Viene a cuento lo que ustedes estarán pensando: Si Cervantes levantase la cabeza, moría de risa, aunque este infortunio no tiene gracia.

Leer es un placer y está al alcance de la mayoría en la España actual; en la de Cervantes podemos decir que don Alonso Quijano era un afortunado por el hecho de darse el gusto que hoy tenemos tan fácil, a través de diferentes medios y formatos. En aquella España del siglo XVII una mayoría era analfabeta y ya Cervantes deja retazos de gente que sobrevivió a base de picaresca: un género literario muy de la época con títulos tan conocidos como Rinconete y Cortadillo, El Lazarillo de Tormes, El Buscón y Guzmán de Alfarache etc.

A Cervantes le honraba tanto ser hombre de armas como de letras y en el Quijote queda reflejado con un monólogo tan brillante como la mejor área de un bello dúo de ópera. Me dice esto último que las armas de las letras nos defienden en el campo de batalla el tedio, mueven el tiempo detenido, y nos ponen a cabalgar la imaginación atrapada en el miedo.

Al final de la novela retorna Don Quijote a casa y recobra la cordura; justo al revés de nosotros que de jaula doméstica ansiamos salir para vernos otra vez en la ajetreada rutina que nos parecía locura.

En el "Día del Libro", con la gente aprisionada, aplaudo a don Alonso Quijano y a Sancho por contarnos su vida como tanta gente que comparte, con trabajo, humor y letras, la locura de vivir "desfaciendo entuertos".