Esta hora que nos está tocando vivir está siendo decisiva para cambiar el rumbo del mundo y de la historia. No quisiera ser moralista o un optimista de moqueta asegurando que, a partir de ahora, casi todos vamos a ser mejores personas. Lo que sí es innegable es que muchos en este tiempo de "Cuaresma" planetaria, prolongada y obligatoria hasta para el más ateo, estamos aprendiendo valiosas e inolvidables lecciones. Se están produciendo, además, muchos y "pequeños" milagros que no salen en los informativos y que, seguramente, no se hubieran producido nunca de no haber sido por ese peligroso "enemigo" invisible, venido del lejano oriente. Parece como si solo fuéramos capaces de aprender a base de golpes vitales; como si solo pudiéramos madurar superando adversidades. Es la hora de empezar de nuevo tras haber redescubierto en profundidad, desde este baño de humildad que ha traído la pandemia, que el individualismo solo lleva a la catástrofe social. Y que, además, vivir de espaldas a Dios, si unir nuestras fuerzas a las suyas, nos pone en situación de total ruina existencial.

Quienes están familiarizados con el cuarto Evangelio saben que cuando allí se habla de "la hora de Jesús" se está refiriendo al momento culmen de su entrega por la humanidad, de su máxima donación; es la hora de la Pascua, hora de muerte y resurrección, de cruz y de esperanza, de anonadamiento y de exaltación. No era Jesús un masoca al que le gustara beber ese cáliz tan amargo de tener que pasar por una muerte martirial; de hecho, pidió a su Padre que fuera liberado de esa "hora", pero también pidió que no se hiciera su voluntad sino la del Padre que sabe lo que más conviene. De forma análoga reconozcamos que esta "hora nuestra" que nos está tocando vivir también nos tiene perplejos, desconcertados y dolidos. Nos sentimos impotentes y azota la tentación de huir hacia delante. Nos cuesta ver Su presencia y acción en mil cosas buenas y positivas que nos rodean.

Él nos ha creado para que amemos esta "hora" que nos ha tocado. Nadie ha caído en este mundo por casualidad, como un meteorito. Todos tenemos una misión que cumplir; sin perderle de vista a Él y sin cegarnos demasiado por cosas que son flor de un día. Sabiendo que la clave de la fecundidad (que no del éxito, pues no se trata de eso) está en vivir esa dinámica del grano de trigo que, si no muere, no da fruto. Dar la vida no es de fracasados, sino de ganadores. Y hacerlo en tensión con el poder de las tinieblas nos convierte en testigos de esperanza. Es la hora de ser fieles y auténticos; con serenidad, lucidez y alegría. Es la hora de darlo todo, por el bien de todos; convencidos de que Él es capaz de escribir recto hasta en las líneas más torcidas.