Un problema añadido al del coronavirus es el de las patologías colaterales, sin relación directa con el virus. Por ejemplo, al concluir el confinamiento forzoso muchas personas pueden resistirse a abandonar el encierro, y esto puede suceder tanto por miedo remanente como por haber descubierto el confort de una situación en la que no tienen obligaciones ni responsabilidades y pueden saborear el mero placer biológico de vivir. Una variante más selecta es la de los autistas intelectuales, que con frecuencia, sobre todo si son de marca antigua, habrán desarrollado la típica misantropía aislacionista y agorafóbica. El Gobierno debería facilitar medios para el desencuevamiento de los aquejados por el síndrome, incluida la extracción forzosa, aunque siempre, eso sí, a petición de las familias, para no cruzar una nueva raya en la adicción al intervencionismo público (otra patología colateral).