No te conocía y de repente apareciste en una desoladora primavera. Sara, tan bonita y luminosa como las flores. Tu foto y la noticia de tu muerte aquel domingo de hace tan poco, vinieron a ponerle cara a todas las tragedias que no por repetidas, día tras día, nos encogen el corazón.

El coronavirus, la enfermedad que destroza los pulmones. Los números, unos tras otros, formando cifras cada vez más grandes, que esconden detrás tragedias anónimas. Números que esconden vidas, vidas que esconden nombres, nombres de personas que soñaban y reían y hacían planes para mañana. Y mañana no hay.

Y de repente tu nombre: Sara Bravo López, que ya es, así tan solo, fuerte y sonoro, como si quien lo portara estuviera destinado a hacer grandes empresas, descubrimientos, hallazgos. Y tu foto, tus ojos oscuros, penetrantes y enigmáticamente interrogantes.

Sara, ahora sé de ti, y no estás para poder decirte que gracias. Que la existencia humana cobra sentido por personas como tú, que todos necesitamos creer, creer para salvarnos. Y tú estabas ahí para eso, ocupabas un poquito de espacio de esta tierra enorme y cambiante, pero ese pequeñito espacio lo llenabas de bien hacer, de entusiasmo y de vida.

Te imagino sacrificándote estudiando, restando días y soñando años. Te imagino temblando, preocupada, indecisa y, a la vez, fuerte, decidida, segura. Querías ser médica y lo fuiste. Me asombra saber de tu firmeza y tu claridad. Y no puedo darte las gracias.

Y eras hija. Está en ti la sonrisa preciosa de tu madre, tan inconfundible. Cuánta generosidad y entrega puso tu madre hilvanada con cariño y te abrió el camino, pero ella no pudo detener ese virus que te robó el aire, ella no pudo con su coraje de madre curarte las cicatrices, no pudo detenerlo.

En esta primavera que no es, que ni siquiera han venido las golondrinas, que apenas alguna se ha atrevido, en esta primavera robada, donde asoman tímidamente las flores, que ni siquiera la lluvia limpia el dolor y el veneno que nos quita el aire. Y ahora tú eres aire y cielo y golondrina. Ahora Sara, eres de todos, porque todos somos responsables de que sigas siendo, tenemos el deber de no olvidar, de no olvidar que tú eras vida y querías ayudar a traer vida y en el más supremo acto de generosidad, diste la tuya.

Y no estás para poder decirte que gracias.