UNO. Esto no terminará cuando levanten el confinamiento y podamos volver a salir de casa, sino cuando exista una vacuna que nos haga inmunes al temible virus. Vamos a vivir, por tanto, un 2020 inolvidable, en el peor de los sentidos. Como hubo un año de la peste, hablaremos dentro de mucho tiempo del año del virus y lo recordaremos como una extraña y larga pesadilla que nos robó meses de nuestra vida y nos cambió la forma de convivir. De momento, ya hemos sido expoliados del mes de marzo, al que hemos visto de refilón y por la ventana. Es evidente que también nos robarán el mes de abril. Y a ver qué pasa en mayo. No creo que hasta mayo se afloje el confinamiento o cuarentena para la mayoría, actividades esenciales al margen. Después, tendremos que seguir en guardia y con medidas de protección, porque el virus seguirá ahí, acechando a nuestro alrededor, con bajadas y subidas en el número de infectados. Como los orientales, nos iremos acostumbrando a salir con mascarilla, con guantes; a rehuir los besos indiscriminados, las palmadas en la espada, el saludo de mano contra mano. Es decir, habremos dejado el confinamiento en casa, pero seguiremos confinados en torno a nosotros mismos, poniendo barreras a nuestro alrededor. Y eso se nos va a hacer muy, muy cuesta arriba. La frialdad nórdica o sajona, su distancia social, no es algo que se aprenda en cuatro días, sobre todo si no se quiere aprender (y yo, por ejemplo, ni quiero ni querré). Nosotros, como los árabes, como los mediterráneos de ambas orillas, somos de proximidad, de contacto y eso, que es herencia de siglos, no se borra sin más ni por decreto ley. Por tanto, como digo, esto no se acaba con el fin de la cuarentena en casa; seguiremos pasándolo mal, no siendo nosotros mismos, hasta que los científicos logren la cura, primero, y la vacuna, después, que nos permita hacerle un corte mangas colectivo al virus coronado que tanto daño y dolor nos ha traído y nos está dejando. En todo el mundo, equipos científicos trabajan contra reloj y yo confío en que 2021 sea ya un año sin virus, sin éste al menos, y por tanto el año de la vuelta real a la normalidad.

DOS. Pero, ¿qué normalidad será esa a la que volvamos? La misma que teníamos, no, desde luego. Da miedo pensar en lo que en Zamora, por ejemplo, quedará en pie. El pequeño comercio estaba ya en caída libre y esto puede ser la puntilla que arrase con lo que nos quedaba. ¿Qué pequeño comerciante o autónomo, que ya venía resistiendo a duras penas, podrá aguantar un mes sin ingresos (pero con los mismos gastos), y otro mes después, y otros más tarde en los que quizá abran pero a los que será difícil que entre el mismo número de clientes que antes, empobrecidos como estaremos de modo general? ¿Y qué me dicen de los bares, lugares de ocio, cines y demás? Todo indica que vendrán restricciones de aforo o directamente prohibición de abrir (a lo cines, por ejemplo) tras el fin del confinamiento. ¿Cuántos locales aguantarán meses y más meses sin ingresos o con una disminución drástica de los mismos? Me temo un paisaje urbano sin tiendas ni bares, sin lugares de ocio, sin vida ni animación, aunque volvamos a las calles. Y eso por no hablar del paro, que será temible, por más que desde el Gobierno se esté tratando de conjurar esa y las otras maldiciones, creo que con tan buena intención como excesiva timidez y sin la audacia que requieren crisis de esta envergadura. La economía, dicen, es como una bicicleta: todo va bien, mientras no dejemos de pedalear. Pero podemos estar a punto de quedarnos sin pedales. Y debemos estar preparados por si eso es lo que ocurre tras el fin del confinamiento y la difícil etapa posterior.

TRES. Los pedales que necesitamos para que esto no acabe fatal, en colapso y sin posibilidad de levantarlo, solo pueden llegar por el lado de la audacia, la innovación y la reinvención de nuestra forma de vivir en sociedad. Desde hace años vengo escribiendo que ya no sirve el paradigma trabajo=salario=vida digna. Es inservible porque el trabajo asalariado es un invento bastante reciente (del siglo XIX y XX) que no está al alcance de toda la población y, con el avance técnico, cada vez de menos. Si la única forma de llevar un vida digna es conseguir un trabajo que te garantice un sueldo, ¿qué pasa con la gente que no consigue ese trabajo ni lo puede conseguir, porque hay mucha más oferta que demanda de mano de obra? ¿Los olvidamos y que se busquen la vida? ¿Los dejamos morir o les decimos que se dediquen a la delincuencia? Con esta crisis, se elevará hasta límites nunca vistas la cantidad de gente que dejará de tener ingresos, porque que está en paro o se queda sin negocio, sin bar o sin oficio del que sobrevivir. La situación puede ser tan catastrófica que incluso desde medios empresariales, financieros y de derechas se empieza a hablar de la pertinencia de una Renta Básica Universal, con ese o con otros nombres. Es decir, un salario por el mejor hecho de existir. La única esperanza de que esto no se nos vaya de las manos tendrá que venir por algo así. Nada de préstamos para que los hundidos por la crisis se hundan aún más en una océano de deudas. Si queremos salir de esta y salir bien, si no queremos que la bici de la economía se estrelle contra el suelo, hay que poner dinero en el bolsillo de la gente. Y créanme, obtener ese dinero es el menor de los problemas. Pero por hoy, ya me he extendido demasiado.