Nadie duda de que el primer desafío que tenemos como país es ganar la batalla a la pandemia que se cobra cada día centenares de vidas. Tras la asepsia de las estadísticas se esconden dramas personales descorazonadores, pero al reto planetario que tenemos por delante se une una inminente crisis económica y social de dimensiones impredecibles y a la que, de forma paralela, toca poner el urgente cortafuegos que evite el desánimo generalizado y la destrucción de empleo y de miles de empresas que la inanición industrial puede provocar a gran escala.

Es evidente que la crisis sanitaria ha cogido desprevenidos y mirando para otro lado a los gobiernos, se mire donde se mire, y que ahora toca sumar todos los esfuerzos, por encima de ideologías y visiones cortoplacistas, para evitar nuevos contagios y que el coronavirus se lleve por delante a muchos más compatriotas. La memoria de los fallecidos y el dolor de sus familias lo exigen. Pero lo que ya no coge por sorpresa a casi nadie es el riesgo de caer en una parálisis económica de incalculables efectos si no se actúa de forma coordinada para reducir lo más posible su impacto sobre la vida que nos espera tras la desescalada del confinamiento y el fin de las extraordinarias medidas gubernamentales.

Por ello, cabe enfatizar sobre la campaña que impulsan miles de compañías españolas con el nombre de #EstoNotienequePARAR para reconocer a todas esas empresas y trabajadores que se reinventan cada día para que la economía no se pare y, así recobremos la senda de la recuperación lo antes posible sin caer en peligrosas recidivas. Son muchas las empresas, pequeñas, grandes y representativas de múltiples sectores, que están haciendo gala de un encomiable compromiso social para que no acabemos estampados en el dantesco pozo de la inactividad económica. Son iniciativas loables para que seamos actores partícipes del futuro que nos deparará el nuevo mundo post Covid-19 y no sólo meros espectadores de primera fila de la desdicha y el horror. Supone también un aldabonazo necesario e inspirador para que seamos protagonistas desde el minuto uno de la transformación de los comportamientos sociales y de los sistemas de productividad que van a imperar en pocos meses. Un cambio de modelo que viene para quedarse y que nos premiará en la medida en que nos pille engrasados y sensibilizados hacia una mayor industrialización local y la consiguiente autonomía productiva.

Alguien dirá que es un simple vaticinio, dada la volatilidad de hacer cualquier proyección en estos momentos, pero lo cierto es que todas las actividades vinculadas al consumo y al sector servicios van a depender, y mucho, de la capacidad adquisitiva de una población afligida y de la agilidad con la que las diferentes actividades privadas y públicas sean capaces de reforzarse ahora ante la crisis. Sin duda, toda la industria relacionada con la sanidad y el sector agroalimentario serán actividades punteras en ese nuevo escenario mundial, sin olvidar otras como la logística, el transporte y la construcción o todas aquellas que puedan sustentarse en la red, como la formación o las telecomunicaciones, por citar solo algunos ejemplos.

Preparémonos, por tanto, para superar las necesidades empresariales y para un nuevo comportamiento de las magnitudes macroeconómicas, donde empeorarán el déficit y el endeudamiento de los estados más castigados por el coronavirus. Y quizá tengamos como tabla de salvación las tendencias que ya han impulsado el tirón económico durante los últimos años, como son los bajos tipos de interés, la recuperación del dólar o el bajo precio del petróleo, para que al menos hagan accesible a empresas y familias las condiciones de financiación.

Y aunque todo análisis, insisto, hay que ponerlo también en cuarentena, benditas sean las iniciativas que, como la citada más arriba, propugnan la actividad y la acción en medio de la tempestad. No queda otra, señores.