Este año la celebración de la Semana Santa tiene un cariz especial motivado por el confinamiento. Por otro lado sería inexacto decir, religiosamente hablando, que no está presente en la calle. Estamos recluidos pero eso que conmemoramos tradicionalmente: el dolor y sufrimiento redentor de Jesucristo sigue procesionando en la muchedumbre de enfermos y hospitalizados que nos muestran el rostro del Señor doliente. Una Semana Santa que tiene las tallas e imágenes más vivas que nunca, más reales y crudamente representadas en los "Pasos vivientes" con el el peso inusitado de la pandemia. Todos hemos presenciado alzadas de pasos espectaculares con remate de aplausos de fervor. Algo semejante a lo que venimos haciendo a las 8 de la tarde, tal que una Semana Santa anticipada por el dolor sobrevenido a los enfermos, a las cargadoras y cargadores de tanto sufrimiento desbordado.

La Semana Santa queda en nuestras manos al igual que un libro de horas, o la contemplación de un retablo de Pasión como el de la foto que aquí se muestra. No sé por qué extraña premonición me pareció, al contemplarlo hace un año en la villa francesa de la Alsacia, podría ser el argumento de un artículo como el que aquí va yendo. Al no poder acercarme para contemplarlo detenidamente saqué foto a la portada del folleto explicativo y salí de la iglesia con la frustración de no poder hacer el recorrido visual y devoto de cada tabla del retablo, pero al tiempo una voz interior me decía que si en un clavo está toda nuestra Salvación sujeta, en la foto me llevaba la Pasión entera. Como entera y verdadera está representada en cada templo que acoge en sus paredes el viacrucis, y en cada misa el memorial de la última Cena.

La pasión en tus manos y al alcance con solo contemplar cualquier imagen de Cristo sufriente y del prójimo, como nos enseña el catecismo.

Bien es cierto que este año miles de corazones en Zamora y en España reducen la frecuencia de latidos que al paso de sus imágenes queridas se aceleran con la emoción y piedad que ellas despiertan, pero bien es verdad que como el proverbio dice: "La verdadera procesión va por dentro" y nunca más a propósito para poner a prueba devociones de pancarta, o rutinas festivas, en ausencia de actos públicos. La fe es creer en lo que no vemos. La pandemia cuestiona nuestro papel aprendido, nuestros ritos antiguos, ahora en soledad.

Y hablando de viacrucis no me canso de escuchar los "Catorce romances a la Pasión de Cristo" de nuestro gran Lope de Vega. Digo escuchar porque fueron declamados y grabados por un amigo fallecido, de nombre Santos, como un regalo, tras oirme recitar algunos pocos versos aprendidos, del total de mil y pico que forman el conjunto. Lo paradójico de este detalle que me permito recordar en el camino de estas líneas, es que mi amigo, al que escucho recitar con su voz clara castellana, tuvo un calvario final digno de una Pasión cantada, ya que él era músico, pues quedó paulatinamente sin fuerzas ni voz por causa de enfermedad degenerativa. No sabemos qué pasión última nos tocará pasar ni en qué "huerto de los olivos" será nuestra angustia insoportable. Como tampoco sabían a quién crucificaban los verdugos del Señor, a los cuales perdonó por dicho motivo. Lope de Vega, en el romance IX, lo escribe así:

¿Quién es aquel caballero

herido por tantas partes,

que está de morir tan cerca

y no le conoce nadie?

Otra pluma de oro del mismo siglo que Lope, Santa Teresa, vivió la Pasión sin procesiones y así nos lo cuenta en el Libro de la vida:

"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mi presente; y ésta era mi manera de oración: si pensaba en algún paso de la Pasión, le representaba en lo interior; aunque lo más gustaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación."

Mejor receta de Pasión interior será déficit encontrar. Una Semana Santa con silencio acompasado, con ceremonia reducida a lo que en principio fue su esencia: la muerte de un inocente que anunció mejores tiempos con la resurrección.