Creo que de esta crisis mundial surgirán sin duda una nueva forma de entender muchas cosas. No va a ser sin duda el fin del mundo, como podía parecer los primeros días, pero sí tal vez el fin de un mundo.

La verdad es que el confinamiento está afectando estos días, y muy seriamente, a las nociones que habíamos consolidado sobre la concepción del tiempo y del espacio. Nos habíamos acostumbrado a vivir pendientes del reloj y transitar por un mundo en el que no había barreras.

Estos días hemos redescubierto nuestra fragilidad. Pero también el valor de la soledad, de la conversación, de la lectura; tal vez hemos ordenado la casa y la hemos vaciado de tantas cosas inútiles. Quién sabe si estamos dando más importancia a estar bien con nosotros mismos como mejor forma de estar bien con los demás.

Pero debemos afrontar que el confinamiento aún durará tiempo. Y que hay que afrontar esa situación con el equilibrio necesario. No se tomó Zamora en una hora. Nuestro espacio es ahora limitado pero nuestro tiempo es al mismo tiempo infinito. Estamos redescubriendo que el tiempo y el espacio como valores.

Los monjes, las monjas, la vida contemplativa en general, nos puede aportar algunas pistas. Antes de que la semana inglesa se implantara en España, con su definición de franjas horarias el horarias duales (trabajo/ocio) y de una semana activa de lunes a viernes (laborales/festivos), la concepción del tiempo era distinta en España. Era más natural. El sol y sus diversas incidencias a lo largo del día marcaban las actividades. No se vivía pendiente del reloj, porque la unidad no era la hora (mucho menos el minuto) sino la franja horaria. En los monasterios las jornadas se organizan según el sol, en franjas horarias complejas, variables según la época del año.

Para afrontar esa percepción del tiempo casi como ilimitado y esa concepción del espacio como limitado, es decir para hacer mucha vida en poco espacio, ya las primeras formas de vida monacal definir la necesidad de definir rutinas que, valga la redundancia, no fueran rutinarias. Y todo ello en un espacio delimitado por las paredes del convento, para cuya superación hace falta dos cosas: tener vitalmente todo lo necesario y percibir que en ese ligar está todo lo que necesitamos.

Ahí está la clave para nosotros: para evitar el aburrimiento o incluso la ansiedad hay que concebir los días como una serie de actividades regulares (aseo, limpieza, ocio, trabajo, deporte... incluso un espacio para la reflexión o la oración) pero con pequeñas variaciones conforme pasan las semanas. A eso hay que añadirle el no añorar el exterior todo lo que se pueda, sentir que el centro del mundo está en nuestra casa, que tenemos en ella casi todo lo esencial.

Hice mi tesis doctoral hace ya quince años en un monasterio cisterciense. Reconozco que al principio se me hizo duro. Pero fue --luego me di cuenta-- mientras no había cambiado de mentalidad. Desde que me quité el reloj y me orienté por las campanas, desde que me acostumbré a recorrer hasta el último espacio de la casa y sentir que no necesitaba nada de fuera, cuando sentí una auténtica sensación de libertad. Los tres meses en que la redacté se me pasaron volando.

De esa forma, con una vida ordenada pero no rutinaria, esta nueva y difícil situación será afrontable más saludablemente. Tal vez nos aceptemos mejor a nosotros mismos, habremos visto con otros ojos nuestra realidad y reharemos nuestros planes de futuro para ir a lo esencial. Sí habrá tiempo que perder en cafés, en atardeceres, en abrazos, en ensoñaciones. Cultivando la vida interior estaremos en disposición de contribuir a una sociedad mejor.

La primavera se hará más intensa y llegará por fin el verano. El General Verano vencerá lo que quede del Enemigo Virus, como le pasó a Napoleón y Hitler en Rusia con el General Invierno. Todo volverá a la normalidad, a una nueva normalidad, pero habremos salidos fortalecidos de la situación si hemos aprovechado bien el tiempo. Valoraremos muchas cosas que hasta ahora dábamos por descontadas y, al cambiar nuestra percepción sobre ellas, cambiará nuestra forma de vivir en sociedad.

(*) Vicerrector de la Universidad Abad Oliba CEU de Barcelona