¿Cómo es posible que quienes hace tan solo tres o cuatro semanas se reían de los vaticinios que algunas personas (científicos, políticos, etc.) anunciaban entonces sobre la llegada del virus se muestren ahora tan exigentes? ¿Serán conscientes de que eran y son unos irresponsables? ¿No recuerdan incluso a quien desde el sur llegó a decir que para suspender la Semana Santa en su ciudad tendría que venir la Organización Mundial de la Salud (OMS) a decírselo en su propia cara? ¿Qué pensará ahora? ¿Estará esperando aún la llamada del director de la OMS o ya se le habrá pasado la calentura dialéctica y su desacertada reclamación? ¿Y cómo es posible que quienes tanto reclaman ahora la compra masiva de materiales sanitarios y la máxima protección y atención de las personas en los hospitales hayan criticado en el pasado las inversiones públicas que se requieren para mantener unos servicios de salud como dios manda? ¿Sabrán que estas infraestructuras no caen del cielo y que su coste sale del bolsillo de los contribuyentes?

¿Y qué decir de esos sujetos que, en momentos de zozobra personal y colectiva, como los que estamos viviendo en la actualidad, desconocen el verdadero significado de palabras aparentemente simples como "solidaridad", "apoyo", "empatía", "altruismo", "hospitalidad" o "colaboración"? ¿Y de quienes aún no han aprendido a conjugar los verbos "remar", "compartir", "cooperar", "participar", "socorrer" o "auxiliar"? ¿Y cómo calificar a quienes solamente saben pescar en los ríos revueltos de las catástrofes humanas, tratando de sacar tajada del dolor ajeno? ¿Cómo enjuiciar, en fin, todas esas inventivas, también llamados bulos, que lejos de contribuir al sosiego, la calma y la tranquilidad de quienes nos rodean solamente pretenden sembrar dudas, favorecer el pánico e incrementar el miedo entre la población? ¿Tendrán agallas para mirarse al espejo y preguntarse quiénes son y qué coños están haciendo? ¿No sienten intriga por conocer qué les responderá el espejito mágico de la conciencia personal, si es que aún les acompaña?

¿Y han pensado en los monumentos que habrá que levantar en muchísimos rincones de este país y en tantos otros lugares del mundo que aún desconocemos para inmortalizar y recordar a quienes se han ido para siempre por culpa del maldito virus? ¿Y no tendremos que evocar y honrar también la memoria de quienes, un día sí y otro también, están al pie del cañón junto a las personas que lo están pasando mal, brindando apoyo técnico y científico pero también atenciones solidarias, escucha activa y muchas dosis de humanidad? ¿Tendremos suficientes calles y plazas públicas para recoger los nombres y las buenas acciones de tantos héroes y heroínas que siguen dándolo todo por los demás? ¿Y qué diremos de nosotros mismos pero también de los familiares, de los amigos, de los vecinos o de los compañeros de trabajo cuanto todo esto haya pasado? ¿Y los demás qué pensarán de nosotros? ¿Estaremos satisfechos con las respuestas que lleguen a nuestros oídos? ¿Y qué dirán los balcones? ¿Habrá merecido la pena tanto dolor y sufrimiento?