La Semana Santa de 2020 pasará a la historia por la cancelación de las procesiones y la limitación de los actos litúrgicos. Una situación anómala cuyo precedente más próximo se remonta a 1936, meses antes de la Guerra Civil. Desde entonces, la celebración ha tenido momentos de esplendor y sombríos, pero siempre ha permanecido inalterable esa capacidad singular de acontecimiento vertebrador a la sociedad zamorana. Esta vez, la pandemia declarada por el coronavirus Covid-19 es la responsable de la alteración histórica con la que nadie contaba hace apenas dos meses. Y a pesar del escaso tiempo transcurrido en el confinamiento, hoy se antoja lejano y hasta banal hablar de lo que podría desgranarse en estas mismas páginas si este Domingo de Ramos hubiera figurado en el calendario como uno más. Hubiéramos podido debatir sobre la idoneidad o no del nuevo Museo de Semana Santa, hubiéramos celebrado que la mujer se haya incorporado como cofrade de pleno derecho en todas y cada una de las cofradías, ya sin excepción...

Pero la realidad ha caído como una losa de hormigón, los grupos escultóricos se han quedado en iglesias y museo, mientras, cada uno, en su casa, vive con preocupación, con angustia o con dolor tantas cifras de enfermos, de muertos que lo hacen en soledad, dejando a las familias doblemente rotas por no poder despedirse en estos días en los que, además, Zamora festejaba como nadie el reencuentro de sus gentes en la diáspora, la llegada de visitantes. Esos días en los que la capital, especialmente, parecía sacudirse la capa gris del abatimiento para entregarse de lleno a su más arraigada tradición han sido arrebatados de pleno, ahondando más en el desconcierto reinante.

Sin embargo, justamente por la negrura excepcional de estos tiempos, hay que buscar dentro de cada uno el sentido verdadero de la fraternidad, ese que define, etimológicamente y por sus funciones, el origen de las cofradías. Y lo hemos encontrado ya en los numerosos movimientos solidarios puestos en marcha en cada uno de los rincones de la provincia para paliar la escasez de recursos de batas o mascarillas entre los sanitarios, se ha avivado la compasión y el amor al prójimo en cada acción destinada a paliar la soledad de quienes viven lejos de sus allegados y en iniciativas para ayudar a los más desvalidos a hacer frente a las dificultades que compartimos, ofreciéndose a llevar la compra, transportando comida a domicilio, inventando juegos con los que hacer más llevadero el confinamiento a los más pequeños, a quienes padecen alguna discapacidad que los hace especialmente sensibles a las consecuencias del encierro. Sin tener conciencia de ello, los zamoranos hemos puesto ya, de facto, el Evangelio en la calle, tallando la imagen de una sociedad solidaria: somos un colectivo cirineo a quien aguarda aún una cruz cuyo peso parece insoportable.

Derramaremos aún más lágrimas, sí, hasta ver la luz al final de un túnel que tiene muchas complicaciones, además de las más pavorosas en el ámbito sanitario. Con la paralización total de la economía, en una medida extrema para contener una cadena de contagios que no cesa, hay ya cientos de zamoranos que se han quedado sin trabajo o que lo tendrán suspendido durante meses, con lo que el quebranto económico y social se irá superponiendo sobre las cifras de pacientes y fallecidos. La Semana Santa genera alrededor de 14 millones de euros en Zamora con la llegada de turistas y visitantes que regresan a casa de sus familias, lo que supone una buena parte de su Producto Interior Bruto. La hostelería y todo el sector servicios, incluido el comercio, resultan los más perjudicados al haberse impuesto el cierre obligatorio como medida dentro del estado de alerta. Si nos encontramos en un escenario de guerra, en unas semanas tendremos que hacer frente al de la reconstrucción de posguerra, partiendo casi de cero. Tendremos que echar mano de toda nuestra capacidad de resiliencia para recuperar la normalidad. Serán necesarios todos los planes y ayudas que están reclamando los empresarios a todas las instituciones, de ayuntamientos a la Unión Europea, para reestimular la economía a escala global, la misma en la que se expande el temido coronavirus. Necesitaremos, más que nunca, arrimar el hombro como lo hacen los cargadores bajo los banzos de los pasos.

Nuestro tejido empresarial, formado sobre todo por pequeñas empresas y autónomos que venían haciendo frente a las consecuencias de la última crisis económica más las derivadas de la despoblación no pueden enfrentarse solos ante una catástrofe de esta índole. Si la unidad es la base para remontar la pandemia y sobrellevar el confinamiento, esa concordia debe repetirse cuando haya que acometer la tarea de reconstrucción.

Pero, aunque nos asalte la duda, debemos mantener la fe en que se repetirá la misma historia que en plena Semana Santa y que, al final, será la luz la que triunfe, como lo hace el cirio Pascual tras las tinieblas del Viernes Santo. Zamora tendrá, entonces, su verdadero Domingo de Resurrección.