En estos días estamos viendo imágenes de profesionales de la sanidad fabricándose batas y gorros asépticos porque no les llegan esas prendas de protección por el procedimiento habitual - o que tendría que ser habitual - o sea, a través de los pedidos que debería estar autorizado a hacer cada hospital en función de sus necesidades. Tal deficiencia está afectando también a otras instituciones (Ya sean la policía o el ejército) o a las empresas que suministran productos alimenticios, o a cualquier persona que pueda necesitar estas prendas. A todos ellos les faltan batas, guantes, mascarillas y otros complementos, algo de muy poco valor económico, pero que presta un servicio impagable e imprescindible, máxime en la situación en la que ahora nos encontramos, para que los profesionales puedan desarrollar con seguridad su trabajo, especialmente aquellos que se encuentran más expuestos al contacto con el dichoso virus que nos invade.

Se entendería que se produjera un colapso si su costo alcanzara cotas elevadas, pues los presupuestos son los que son, y nunca dan para todo, pero éste no es el caso, ya que cualquier organización, empresa, o persona a tirulo individual, cuenta con posibles para poder adquirirlos.

Todo el mundo puede entender que, durante los primeros días, el aumento de la demanda llegara a colapsar la oferta de estos productos, pero no que la situación persista varias semanas después, como es el caso. Y es que no se trata de productos de alto coste, ni de complicidad tecnológica, sino más bien baratos y de una simplicidad meridiana, de ahí que sorprende ver que no hayamos sido capaces de aumentar la producción en la medida de las necesidades, ni tampoco de haber podido adaptarnos, especialmente determinadas empresas que cuentan con medios adecuados, para producir este tipo de productos.

De manera que a poco que uno piensa y cavila, no ve donde pueden encontrarse la tecnología y los medios productivos que tenemos en España y en el resto de países de la Comunidad Europea, ya que somos capaces de fabricar aviones, trenes, material informático y levantar rascacielos de más de doscientos metros de altura, pero no de fabricar unas simples mascarillas o de confeccionar unas batas de tela o unos guantes de plástico. Y es que la demora en encontrar una vacuna o un antivirus que acabe con esta persistente endemia todo el mundo puede llegar a entenderlo, ya que se trata de una labor difícil, a la vez que ardua, pero no así lo de fabricar este otro tipo de productos.

Pero, el caso es que, por lo que parece, no somos capaces de hacerlo, ya que viene a resultar que todas esas prendas se las pedimos a China, lo que parece indicar que aquí, en occidente, al parecer, no hay muchas empresas a las que interese fabricarlas, y que las que existen no son capaces de fabricarlas en cantidad suficiente. Mientras tanto, algunos ciudadanos, a título individual, las elaboran semiartesanalmente en sus casas para ayudar a paliar el problema, pero eso, obviamente, no puede ser la solución. Sobrecoge pensar que, si esos terceros países, principalmente asiáticos, no nos suministran esas prendas y equipos nos quedaremos a dos velas en lo que respecta a desechables de uso diario que, por otra parte, resultan estratégicos.

Es lo que tiene la cosa de la globalización, que lo único que rige en el mercado es el precio y, por tanto, gran parte de los productos que consumimos los llevamos a fabricar a otros países donde la tasa hora es más barata que la nuestra, aunque luego la realidad llegue a pasarnos factura y tengamos que depender de ellos, como parece ser el caso. Es lo que tiene que haya ganado, por goleada, el neoliberalismo en el eterno debate entre las teorías de Keynes y de Adam Smith, que ha hecho proliferar los monopolios y los oligopolios. Tampoco se detecta versatilidad en la adaptación a la fabricación de nuevos productos (como sucede en tiempos de guerra) por parte de las empresas españolas en particular y de las europeas en general, lo que no ayuda a solucionar el problema, aunque solo fuera de manera coyuntural, para salir del apuro.

Es ésta una improvisación más de la vieja Europa, que habrá que estudiar y revisar, una vez haya pasado el azote que ahora nos está castigando, porque lo mismo que se hacen estudios en prevención de lo que pueda ocurrir en el caso de un desastre nuclear, no parece descabellado pensar que deberían también realizarse para un desastre bacteriológico o viral, como es ahora el caso, y los países, que presumimos de estar desarrollados, deberíamos prepararnos para ello.

Pero claro, para que eso pudiera ser así nos hace falta solidaridad y nos sobra egoísmo. No hay más que ver la reacción de Holanda y otros países del norte de Europa, sobre las propuestas de Italia y España, que son los países que, por el momento, están sufriendo más la crisis del coronavirus, a propósito de paliar las consecuencias que está ocasionando este problema.