UNO. Hay que andarse con ojo. La convulsión de estos día es el paraíso de los aguafiestas, de los catastrofistas, de los profetas del fin del mundo. Hay muchos que están en su salsa cuando sobreviene una desgracia global como la que nos ha traído la pandemia del Coronavirus. Son los de:

-Se veía venir.

-Ya os lo decía yo.

Aunque nunca nos avisaron de que viniera un virus ni nos dijeron con antelación nada de utilidad. Ahora, sin embargo, se rasgan las vestiduras anunciado un apocalipsis cada día y augurando que no saldremos de esta si no es en condiciones ruinosas y de retorno a las cavernas. Las llamadas Redes Sociales, en particular, están intransitables. Hay que andar por ellas como explorador en la selva, abriéndose paso con machete. Los guasáps (o mensajes de Whatsapp) andan envenenados de bulos. Twitter, paraíso del anonimato y por tanto de la impunidad del insulto, arde a ratos. Y en Facebook abunda la información aparente, que nada tiene de tal, pero que se comparte de modo automático contribuyendo al desasosiego general. Enhorabuena a los que no tenéis nada de esto o apenas lo frecuentáis; eso que lleváis ganado. Aunque a salvo tampoco estáis, porque los aguafiestas tienen también tomados buena parte de los canales de televisión, y de la turra catastrofista es difícil que se salve nadie en estos semanas de cuarentena o confinamiento o encierro antiviral.

Son malos tiempos, sí. Pésimos, en realidad. Pero los profetas del fin del mundo y del desastre total no ayudan a superar ninguna crisis. Huid de ellos, no los escuchéis, ni p. caso.

DOS. En lo que hay que pensar es en el día después, en lo que ocurrirá cuando el virus haya sido arrinconado y podamos recuperar una cierta normalidad. Pensar en el ahora mismo carece de sentido. Ahora mismo debemos confiar en quienes nos gobiernan y, sobre todo, en quienes nos curan, nos cuidan y nos protegen. Nos hemos pasado años (unos más que otros, ya lo sé), gritando por las calles:

-¡La Sanidad no se vende, se defiende!

Con no un éxito relativo, la verdad. Nunca conseguimos parar los recortes sanitarios ni obtener de la administración competente -la autonómica, que no nos líen- un respeto suficiente y claro hacia los profesionales sanitarios, que pedían siempre más para nosotros que para ellos. ¿O a quien creen que beneficiaba su demanda incansable de más medios y personal? Al final, no sé si la Sanidad se vendió, pero hay pocas dudas de que no se defendió como se tenía que haber hecho por parte de quienes tenían el mandato popular de administrarla. Y ahí estamos ahora, en las manos de esos mismos profesionales sanitarios que tienen que dejarse la vida -literalmente en demasiados casos- para atendernos con los pocos medios disponibles y sin personal suficiente, ni de lejos. Pero nosotros, los del común, ya nada podemos hacer, el momento de defender la Sanidad Pública pasó. Ahora solo nos queda aplaudir cada día, a las ocho de la tarde, con el corazón encogido, a quienes sabemos que se están matando para que salvar la vida de quienes van cayendo. También nos queda, claro, maldecir a quienes han tratado de quebrar lo que era uno de las mejores sistemas de salud del mundo. Y nos queda, sobre todo, pensar con seriedad en el día después, en lo que haremos cuando todos estos días pasen a ser pasado y pesadilla.

TRES. El día después vamos a tener que apechugar con lo que siempre se llamó paisaje después de la batalla. La que ya se llama desde el Gobierno, abiertamente, Reconstrucción, va ser complicada y puede hacerse de diferentes formas. El paro será brutal, ya ha empezado a serlo. Los autónomos y pymes, columna vertebral de nuestra más pequeña pero más sana economía, se nos van a esfumar en masa, faltos del oxígeno de su apertura diaria y los consiguientes ingresos. La economía corre el riesgo de colapsar, más aún en lugares tan débiles como es esta ciudad y esta provincia y estas regiones mesetarias. Ante este panorama, cabe la actitud del aguafiestas y el catastrofista, llevándonos las manos a la cabeza y dándonos por derrotados; o cabe empezar a imaginar como reconstruir una ciudad, provincia, comunidad y país mucho mejores, sobre nuevas bases, con más atención a los cuidados y a lo público, con una Sanidad tan blindada como la Educación contra los adalides de lo privado, y que haga recaer el coste de la reconstrucción sobre el bolsillo de los que más tienen y van sobrados. No como en ocasiones anteriores, como en 2008, por ejemplo, cuando el peso de los desfalcos bancarios (que eso fue, aunque lo llamaron de otro modo) recayó, de nuevo, sobre la espaldas de los de abajo, los de nómina o parados, los autónomos y pymes, los que mantienen día o día la economía real, frente a la de ficción, que es la financiera con la que nos estafan los poderosos. No lo permitamos esta vez; no nos lo podemos permitir. El día después hay que prepararse para salir en masa a gritar:

-¡La patria no se vende, se defiende!

Y por patria estaremos entendiendo Sanidad, Educación, Igualdad, Solidaridad y Justicia Social. Porque esa es la patria real y verdadera, como en estos días negros se vuelve a comprobar.

¡Animo, que va quedando menos!