España es una deformación grotesca

de la civilización europea.

Ramón M. del Valle Inclán

Luces de Bohemia, 1920.

Estamos viviendo momentos trágicos con esto del coronavirus en los que, a pesar de todo, han pasado cosas hermosas. Pero también muchas otras que, bajo la falsa apariencia del bien común, constituyen un mero trampantojo de "buenismo" barato e hipócrita. Detrás del excesivo exhibicionismo del #yomequedoencasa, hay mucha responsabilidad, no lo dudo; pero también mucha competencia por ser -y sobre todo parecer- mejor que el otro, en una alocada carrera de postureo que busca parabienes en forma de "like" -y cuya rentabilidad conocen perfectamente las celebrities-. Desde la atalaya de nuestra falsa moral -y de una especie de hidalguía posmoderna-, que nos hace creernos mejor que el vecino, cambiamos rápidamente el tercio y nos pasamos al linchamiento virtual- o presencial-, en menos de lo que dura un lavado de manos (de los de antes de la pandemia). Lo decía Jordi Savall en una entrevista en El País Semanal hace unos años "España es el país del tiro al plato". Sin ninguna duda el linchamiento es deporte nacional.

Aplaudimos cada tarde a unos profesionales sanitarios que sufren la carencias de nuestros actos pasados. Un buen número de los que lo hacen votaron en su momento programas que recortaban y erosionaban la sanidad pública en favor de un bastardo capitalismo de la salud y "de aquellos polvos..., estos lodos". Otros tantos han insultado al menos una vez a un sanitario en el último lustro por no ceder a sus pretensiones de paciente impaciente (en público o en su entorno privado), y algunos lo volverán a hacer incluso antes de que acabe el año.

Como por desgracia en este país se lee poco, disponemos de mucho más tiempo del que estamos habituados a disfrutar, como escribía Pérez Gellida en su columna hace unos días (El Norte de Castilla, 25/3/2020). Por esto nos hemos entregado sin medida a una hiperactividad digital y vecinal nunca vista. Pero con más frecuencia de lo deseado esta solidaridad comunitaria -no dudo que en muchos casos plena de buena voluntad-, se ha transformado en una suerte de "buenrrollismo de escaparate". Ante la incapacidad de convivir tanto tiempo con nosotros mismos, utilizamos a los vecinos como pasatiempo, jaleando a los mismos tipos que agredimos -física o verbalmente-, en la última junta, o que agrediremos en la siguiente.

Derrochamos arte y creatividad en una "catarsis de terraza" que anima a conseguir un momento de gloria superior al del vecino. Dice mi amigo Balta que no hay balcón para tanto artista. Obligamos a la concurrencia a soportar nuestro ingenio sin plantearnos si le apetece, si molesta o aturde; sin importarnos si hay algún enfermo, alguien que trabaja de noche -y duerme de día-, que está teletrabajando o estudiando y necesita concentración, o si en alguna vivienda cercana han despedido a un ser querido con las carencias que exige la cuarentena (Italia abandonó hace semanas este carnaval trasnochado y abrió la hora del luto). Hemos aprovechado la "happy hour" del aplauso -y que cada día se alarga un poco más-, para justificar todas nuestras payasadas colectivas, a cuál más surrealista; para montar nuestra propia "discobalcoteca" -agradezco el concepto a Marta-, que a veces invade todo un edificio como en Vigo, o para sacar al artista, Dj o showman frustrado que llevamos dentro (de la tara semanasantera y que daría para una buena tesis doctoral multidisciplinar, hablaremos otro día).

¿Alguien da más? seguro, ¡seguimos para bingo!

Y si te quejas, eres un rancio, un egoísta, un desagradecido o un sociópata... Yo soy de los que agradecen, y mucho, el desvelo de los que nos cuidan, nos limpian y nos abastecen; me educaron en la gratitud y justo es reconocer que la gente haga bien su trabajo, pero no más que al resto de trabajadores -especialmente a los del sector público que son a los que pago con mis impuestos-. Por eso no soy de los que aplaude cada tarde desde la ventana. Esto me convierte automáticamente -según los postulados de la dictadura del buenismo¬-, en tipo insolidario, en un sujeto susceptible de ser denunciado, o al menos señalado en público, como los vecinos del 2ºB y del 4ºC de un bloque de Oviedo, a los que otra vecina, "solidaria" como ninguna, difamó en un cartel colocado en el portal. El buenismo lo invade todo con tal virulencia que ha vuelto (una vez más), a dividirnos en dos Españas. Y como siempre o estás conmigo o estás contra mí: o aplaudes, cantas, gritas, berreas y juegas al bingo, o formas parte de los ingratos insolidarios y cortarrollos.

Y desde esas mismas ventanas y balcones -convertidas ahora en adarves propicios para la vigilancia-, y mientras esperamos que lleguen las ocho de la tarde, y el sainete patrio nos rescate de nuestras vacías existencias, sacamos al justiciero que llevamos dentro y nos entregamos a la "delatio" con pasión. El señalamiento acrítico, no exento de cierta dosis de envidia hispánica, nos excita colmándonos con la serotonina del "salvapatrias" orgulloso; nos incapacita para discernir las circunstancias del prójimo que por otro lado no nos importan lo más mínimo. "Por qué él y yo no". "¡A por ellos, oeee!". Todo un ejercicio de cívica empatía "bienquedista", como afirmaba Santiago Alba Rico hace unos días, una peligrosa respuesta primitiva que asocia delito y enfermedad (Público, 26/3/2020).

Antes de la declaración del estado de alarma, una familia de Candelario, tuvo que sumar al dolor de la pérdida del padre por coronavirus, la discriminación de sus vecinos que los han tratado como apestados (El País 20/3/2020); la misma localidad, por cierto, donde la madrugada del 15 de marzo residentes no habituales y turistas encontraron sus vehículos con las ruedas rajadas -once coches- (Salamanca 24 horas 15/3/2020). La fobia anti forasteros llegó a otras localidades salmantinas como Lagunilla o Pereña de la Ribera (Noticias CyL, 15/3/2020). Nadie debió pensar que, con las ruedas rajadas, tardarían más en irse del pueblo.

La picaresca patria, abundante estos días, no justifica bajo ningún concepto el linchamiento popular. La inexplicable, innecesaria y frívola utilización de retórica castrense y lenguaje bélico -nada ingenuo-, por parte de algunos responsables de la crisis -que hablan de guerra, ciudadanos soldados o frentes de batalla-, no ayuda a que no eclosionen estos "chusqueros" de balcón. Siento contradecir al Sr. Villaroya (JEMAD): yo no soy un soldado, ni lo fui, ni lo seré; y esto no es una guerra, bajo ningún concepto, es una emergencia sanitaria. Tal y como afirma Alba Rico la respuesta a esta solo tiene dos caras: cooperación institucional y responsabilidad individual (y ninguna tiene que ver con la disciplina castrense), la guerra es la negación del cuidado (Público, 26/3/2020 y Ctxt 22/03/2020).

Me pregunto cuántos de estos delatores arramplaron con todo el papel higiénico que pudieron, sin pensar en el resto de clientes, incluso a riesgo de que su acumulación pudiera complicar un fuego fortuito en su vivienda como aconteció en Granada hace unos días -justicia cósmica sin duda- (La Voz del Sur 25/3/2020). El que esté libre de culpa que arroje la primera piedra, dice el evangelio de Juan. Pero ocurre que también hemos arramplado con las barbas postizas, imprescindibles, para lapidar -al menos las mujeres-, como bien nos contó "La vida de Brian" ¿recuerdan?

Deseo que estos héroes de ventana manifiesten el mismo celo y aplaudan con el mismo entusiasmo a los funcionarios de la Agencia Tributaria ahora que empieza la campaña del IRPF (no siendo que en esta ocasión sean ellos los que aprovechando las fisuras de la norma traten de pagar menos de lo que les corresponde). Si a esto sumamos eliminar las "amnistías fiscales" y la "tributación creativa" de los que ahora juegan a remediar con donaciones de galería, y el votar programas que fortalezcan la sanidad pública, quizás podamos evitar en el futuro, escenas tan lamentables como la del Sr. Igea mendigando mascarillas y guantes a empresas y particulares. No se olviden que el verdadero compas del "Resistiré", consagrado ahora como himno de la tribu "bienpensante" (Cristina Fallarás, Público, 26/3/2020), lo han marcado, desde 2012, las diferentes "mareas blancas" que han defendido la dignidad de la sanidad pública /frente al desmantelamiento y la privatización.

La cosa se nos va de las manos: hace días el empleado de una gasolinera en A Laracha atacó con un destornillador a un cliente que tuvo un ataque de tos (La Voz de Galicia 14/3/2020); ha sido necesario "marcar" a los niños con autismo con un brazalete azul para evitar que la gente les increpe -o tire huevos-, desde los balcones, tal y como denunció la Fundación ONCE (La Vanguardia 29/03/2020): de ahí a colocar estrellas de colores en la pechera a los enfermos, o a resucitar el Somatén, solo hay un pequeño trecho. En cuanto al ocio vecinal (y reconozco que tengo suerte de no tener cerca a ningún "balconero" cansino), igual habría que recordar que más allá del Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo, siguen vigentes las ordenanzas municipales de convivencia y ruido (de hecho, ya se han cursado algunas denuncias). Más nos vale a todos, como decía Pérez Gellida en su perfil de Twitter el pasado día 25, que el confinamiento no se alargue más de lo previsto.

La histeria miedosa se hace fuerte y en este caldo de cultivo la "Doctrina del shock" tal y como la definió Naomi Klein, avanza inexorablemente: está escrito. No es un esquema nuevo ni inocente y está convenientemente testado: esta crisis no será solo sanitaria y los de siempre la utilizarán para otras cuestiones, entre ellas recortar derechos sociales y forrarse a nuestra costa.

Estas vacaciones quédense en casa, cierren ventanas y balcones (por la cosa de ventilar más que nada), métanse en su vida, olviden lo que hacen los demás y reflexionen: piensen qué sanidad quieren para el futuro y las ventajas de no defraudar a Hacienda si optan por la pública; como aún estamos en cuaresma hagan examen de conciencia y repasen las veces que no pidieron factura para "ayunar" del IVA; con dolor de corazón hagan propósito de enmienda para pedirla la próxima vez; recapaciten seriamente sobre a quién quieren confiar a sus ancianos y si están dispuestos a permitir que sigan siendo mera materia prima para el holding geriátrico. Sin embargo, no confío nada, se lo confieso (no me lo tengan en cuenta). Sé que estando como estamos en temporada alta de las "matanzas del Judas", y ante la ausencia de procesiones, seguirán linchando a demanda; perfecto, ya conocen el dicho, "un país que lincha unido, permanece unido...". Feliz Jueves de Pasión a todos.