A pesar de ciertas informaciones aparecidas, a pesar de ciertas opiniones y criterios absolutamente desafortunados y que atentan contra la más elemental sensibilidad y humanidad, quiero manifestar que nuestro primer deber, el de todos, en estos tiempos de crisis sanitaria son nuestros mayores. Nuestro primer deber son ellos, por mucho que algunas teorías sin fundamento los hayan puesto en el punto de mira de una necesidad absurda para que la humanidad siga su curso, como en una novela de ciencia ficción. Como en "La fuga de Nolan", novela homónima escrita por William F. Nolan y George Clayton Johnson, cuyo argumento cuenta que para mantener estable el número de habitantes, la reproducción se realiza por clonación, pero la longevidad está limitada a los 30 años de vida. Me parece tremendo. Hay quienes han pensado que este virus ha venido muy bien en ese sentido. ¡Canallas!

A quienes son nuestro primer deber, los mayores, no los podemos colocar en el extremo de la vida y dejarlos abandonados, como si fueran unos apestados, solos, más solos de lo que en algunos casos ya están. De ahí la labor también encomiable, que todavía no ha merecido el reconocimiento del aplauso, de las familias que tienen a un anciano a su cuidado y de las residencias de ancianos. De aquellas en las que parte de su personal no ha huido de su responsabilidad. Antes de que el problema se agudizara, unos empresarios de geriátricos de Zamora, me comentaban, entre apurados y escandalizados, que parte de su personal sanitario se estaba pasando a la pública, de donde eran llamados al estar en la bolsa de trabajo a pesar de gozar de un puesto de responsabilidad en un establecimiento privado.

Esos mismos empresarios, me contaban, que compraban 'epis' y todo el material necesario, sin garantía alguna en el transporte, porque no era el primer cargamento, ya abonado, que era requisado por la autoridad durante el viaje. Estas cosas están pasando en Zamora. A pesar de las dificultades a las que se enfrentan en solitario las residencias de Zamora con alma, ahí siguen albergando, cuidando de quienes son nuestro primer deber como sociedad. Si no somos capaces de garantizar que al menos no mueran desvalidos y solos, si no somos capaces de garantizar su cuidado, si no somos capaces de echar el resto con ellos, mala sociedad somos. Hay que salir a balcones y ventanas a aplaudirles.

No se trata de cargar las tintas sobre el estado calamitoso de esos geriátricos, los menos, que son causa de la vergüenza y también de la culpa que nos ha generado a la mayoría ciudadana. Se trata de hacer hincapié en el trabajo bien hecho, repito, a pesar de las dificultades, de las residencia que no son solo un negocio, que son también parte del trabajo humanitario que realizan propietarios, directores, personal, gente vocacional, gente que se deja la piel en su cometido. Qué caramba, nuestros mayores son eso, mayores, pero no son tontos y se dan cuenta de todo, de cuando hay o falta cariño, atención, dedicación y todo lo demás. No podemos tratarlos como si todos fueran o estuvieran lelos. Ellos también caen en la cuenta de lo que persiguen esas teorías perversas, esas teorías malsanas que hablan de su eliminación. ¡Si no fuera por ellos!

Vaya mi aplauso sincero, mi aplauso de gratitud, que solo es nada pero que espera tener un eco enorme, para los trabajadores de los geriátricos, para sus responsables. Al terror que entre ellos despierta el COVID- 19, no hay que añadir falsos terrores de ciencia ficción. Vivimos en un mundo irresponsable que se ha hecho más patente durante esta crisis. El trato que nuestra sociedad dé a nuestros mayores nos dejará en buen o mal lugar. Ellos son nuestro sagrado y primer deber.