Estamos encerrados en casa. La pandemia arrecia y, a cada rato, el silencio se rompe por el sonido de la sirena de una ambulancia. Pero sabemos que no estamos solos. Sabemos que ahí afuera hay un enemigo peligroso. Un enemigo invisible y sigiloso, que nos infecta sin que lo veamos. Todo esto el común de la población, los que nos somos sanitarios, lo sabemos gracias a los medios de comunicación, medios que nos ordenan y nos transmiten la información que necesitamos saber cada día. Nunca como hoy hemos sentido, en las últimas décadas, la necesidad de tener medios de comunicación sólidos que nos cuenten lo que pasa responsabilizándose de lo que dicen. A un lado tenemos los consejos médicos chiflados que nos llegan por grupos de whatsapp, los perfiles anónimos en las redes que intoxican a manos llenas... al otro, medios de comunicación como este en el que usted me lee, preocupado lector. Personas jurídicas detrás de las que hay personas físicas que garantizar con su firma y su prestigio lo que dicen. Personas que, con su trabajo, generan informaciones y opiniones que nos ayudan a dar sentido a la realidad que nos rodea.

Pero esta pandemia no coge en buena forma económica al eslabón más débil de los medios, la prensa escrita. Mientras que la radio y la televisión notarán ahora el bajón de los anunciantes, los periódicos llevan ya años enfrascados en una batalla por la supervivencia. Siempre fueron un ejercicio para minorías, poco más del 5% de la población en Occidente consume periódicos de manera habitual: la élite de una nación dialogando consigo misma. Cuando llegó Internet, los periódicos acostumbraron al público a consumir gratis un producto de lujo, y ese mismo público ahora se muestra renuente a pagar por los contenidos.

Pero en el pecado llevamos, como sociedad, la penitencia: pocos servicios hay más esenciales que los medios de comunicación, y más en un mundo como este, tan "moderno y tan jodido", -como cantaban Evaristo y sus chicos de Salvatierra-. Necesitamos saber lo que nos pasa, y para eso son esenciales los medios de comunicación. Imagínese el panorama "hobbesiano" que se nos presentaría si mañana por la mañana cuando despierte no hay nadie al otro lado: imagine que pone la radio, o enciende la televisión y solo hay silencio. Baja a la calle y el quiosco está cerrado, cuando regresa de nuevo a casa, se da cuenta de que, en Internet, ningún medio de comunicación actualiza su contenido. Esa es en realidad una de las peores pesadillas que nos puede traer esta crisis: tardaríamos pocas horas en caer de nuevo en un estado de naturaleza, todos contra todos, sin orden ni concierto, acaparando en los supermercados, sin saber lo que ocurre ni, peor, qué va a ocurrir. Y es que sin mediadores, que son un elemento básico de nuestra sociedad y que pensábamos prescindibles, no somos capaces de configurar la realidad.

La prensa sigue ahí, de momento. Pero necesitan también nuestro apoyo. Siempre lo han necesitado, pero ahora más. Y la forma de apoyarles es pagándoles por el trabajo que realizan. No vale con hacer click en la web y consumir, como un gorrón, lo que otros han generado. No vale tampoco reclamar como modernidad un supuesto "periodismo ciudadano", que es un concepto vacío al que se le ven todas las costuras si lo llevamos a otros campos: ¿le gustaría que en esta crisis le atendiera en un hospital, por ejemplo, un "médico ciudadano"? o que los miembros de la UME que se juegan la vida cada mañana fueran en realidad "soldados ciudadanos". ¿A que ya no nos hace tanta gracia?

En fin, preocupado lector. No sé si sabe que sacar cada mañana este y cualquier otro periódico exige un esfuerzo y una organización industrial: redactores, cronistas, articulistas, corresponsales, editores, pero también transportistas, vendedores... Todo un prodigio de eficacia para que usted sepa lo que una persona seria tiene que saber hoy en Zamora, en España o en cualquier lugar del mundo, a cambio de un euro y veinte céntimos en papel y de menos de un euro en las plataformas digitales.

Tom Rosenstiel, un veterano periodista estadounidense, escribió una vez que a medida que la luz de los periódicos se vaya apagando "una parte de la vida quedará en la oscuridad". Ahora cierre los ojos, lector, e imagine lo oscura que se quedará su ciudad, su provincia, su región o su país, a medida que la prensa vaya desapareciendo... Está en sus manos contribuir a evitarlo.

(*) Politólogo y director de Asuntos Públicos de Atrevia