"... Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida como si fuera un promontorio, o la mansión de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso la muerte de cualquier hombre arranca algo de mí, porque estoy ligado a la humanidad; y, por tanto, no preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti...".

Lo dijo en el s. XVII un ciudadano europeo, John Donne. Es un hermoso canto a la solidaridad y aunque el poema nunca ha perdido vigencia hoy tiene mayor actualidad, si cabe, porque en tiempos del coronavirus cobra fuerza la certeza de que sólo saldremos de ésta juntos y haciendo piña.

Es el decimosexto día desde que se declarara el Estado de Alarma. Seguimos confinados. El número de contagios aumenta a cada hora que pasa y la demanda de asistencia médica supera los recursos sanitarios hasta el punto de que en algunas comunidades autónomas los hospitales están al borde del colapso pero, a tenor de lo que escucho, mucho me temo que esta vez tampoco será posible. Ni por ésas, ni con la muerte en casa nuestros políticos son capaces de aparcar diferencias. Los recortes en sanidad y en investigación, la tardanza en tomar medidas o la falta de previsión, por citar algunas de las críticas, parece fueran dardos envenenados en mano de figurantes avarientos y mediocres.

Probablemente pudo haberse hecho algo más. Pues, claro. ¡Faltaría más! Siempre pudo hacerse algo más, pero tiempo habrá para la crítica. En momentos como éste lo que procede es arremangarse. Dejarse de pamplinas y trabajar en serio, porque cuando la supervivencia se convierte en prioridad es de una obscenidad incalificable que sigan primando los intereses de partido y que nuestros prebostes sean incapaces de formar un frente común sincero, sin fisuras ni añagazas. Pero esto no es todo, por más que enfurezca o duela. También sé de miserias más allá de nuestras fronteras.

"Repugnante". Así de contundente ha sido el primer ministro de Portugal al calificar el discurso del ministro de Economía holandés que tuvo la desvergüenza de culpar a España de la situación que atraviesa. En una rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo Europeo Extraordinario del día 26 de este mes el tal no tuvo reparos en decir que Bruselas debía investigar a países como España por no tener previsto un margen presupuestario para luchar contra el coronavirus.

La insultante propuesta evidencia una profunda división entre los países miembros de la Unión Europea aunque, en realidad, no es nada nuevo. Llueve sobre mojado. Con frecuencia escuchamos dentro de este mismo marco discursos faltos de solidaridad, suelen venir del norte y cuando fueron criticados se hizo con tibieza. El dirigente luso, sin embargo, esta vez no se anduvo con tapujos. Al contrario, ha sido muy claro al calificar el sectarismo de quienes rechazan la emisión de una deuda conjunta que afronte de manera solidaria los efectos de la pandemia. "Repugnante. Mezquino y contrario al discurso de la Unión Europea", así dijo.

Sobran los comentarios. Una vez más, la Unión Europea muestra sus vergüenzas. Está en peligro. La falta de solidaridad la agrieta.