Vivimos tiempos difíciles envueltos en una especie de maldición bíblica que es necesario superar, pero a la vez deben invitarnos a la reflexión, a hacer un pormenorizado análisis de la realidad vivida, de la necesidad acuciante de conocimiento, de pararnos a contemplar. Hemos vivido una etapa de ensoñaciones que nos han llevado a crear un mundo huero, nada solidario, que no podemos seguir refrendando. Ya nos lo advertía Claudio Rodríguez en el poema "Sin Adiós": "El soñar es sencillo, pero no el contemplar". La contemplación, además de fuente de conocimiento, purifica el espíritu y nos conduce hacia el amor. Ambas no son excluyentes, sino que se complementan entre sí.

Suelo acudir con frecuencia al poeta amigo, su palabra poética me reconforta, me libera, me da alas para superar situaciones tan complejas como las que estamos viviendo. Y sobre todo nos conduce al amor, vivir sin amor no es vivir, escribía a mis amigos hace unos días. Los versos de Claudio Rodríguez rezuman sosiego, calma, animan a la participación colectiva y a la entrega desinteresada, a la vez que purifican el espíritu. Su obra es una invitación, reflexiva y meditativa, a seguir por el camino de la vida de manera sencilla, humilde, pero plena, para conseguir la salvación. ¡Cuánta belleza en sus poemas!

Es momento de pensar, de meditar, en este retiro obligatorio en el que nos encontramos por culpa de un virus maldito. No debemos desperdiciar la oportunidad de ser críticos y sacar conclusiones ante esta adversidad que nos ha hecho frenar nuestro ritmo de vida. Con serenidad y con entrega, por eso acudir de nuevo a la poesía de un poeta renovado sería un buen momento para pasar el confinamiento. El capitalismo en estos últimos años ha dado una nueva vuelta de tuerca, olvidando la producción, última esperanza de los trabajadores, para refugiarse en el dinero como único motor de vida, es el capitalismo financiero tan voraz e insaciable siempre. Ahora que se ha visto obligado a frenar, es hora de reflexionar para que cuando este letargo acabe volvamos a refugiarnos en las bondades de la vida, en la serenidad que nos otorga la naturaleza, en la amabilidad del campo, en el amor a los demás, en la entrega sin recompensa. El sudor es un árbol desbordante y salado que viene a iluminar la vida, nos recuerda Miguel Hernández. Frente al vacío, es la búsqueda de conocimiento. Y una buena manera de indagar es acudir a la expresión lírica de un poeta generoso, entregado siempre a los demás, "Cuánto necesita mi juventud, mi corazón qué poco".

Es momento de renuncia dice uno de sus poemas de "Casi una leyenda". "Ahora me salen las palabras solas/ y te estoy esperando/ junto al viento envidioso de la luz,/ muy cerca de la plaza". El poeta se encuentra en uno de los lugares más emblemáticos para él, la plaza de Salamanca, a la que había acudido con motivo de un homenaje, aunque su mente se encontraba en la plaza de su ciudad, donde tantas vivencias acumuló durante su juventud, pero debe renunciar a ello, quizá recordando aquella contrata de mozos que simboliza la esclavitud de toda una generación perdida en el tiempo. Es hora de dejar escapar a "aquella paloma/ que vuela por la plaza/ remontándose en giro de lujuria". Es hora de renunciar a los placeres, es momento de entregarse a los demás, la luz y el viento serán el verdadero testigo de nuestro taller de vida.

Hay que limpiar el aire y hay que abrir

el amor sin espacio,

gracia por gracia y oración por vicio.

Y me dejo llevar, me estáis llevando

hacia la cita seca, sin vivienda,

hacia la espera sin adiós, muy lejos

del amor verdadero, que es el vuestro.