Héroes y heroínas. La llegada del maldito virus nos ha puesto sobre las cuerdas. Todas y todos estamos aprendiendo sobre la marcha en esta nueva escuela de aprendizaje. Quedémonos con los actos de solidaridad, altruismo y generosidad, que son muchos. Una multitud de personas están dando lo mejor de sí mismas en unas circunstancias especiales. Salgamos a los balcones a aplaudir y compartir las emociones del momento. Al fin y al cabo, es una señal de agradecimiento y de decir, alto y claro, que no estamos solos, que nos importan los demás. Pero no olvidemos a nadie. En estos momentos, aunque debería de ser siempre, todas y todos somos imprescindibles. ¿Recuerdan la metáfora del archipiélago que comentaba hace unos días? Pues eso. Hay un ejército de ciudadanos que apenas salen en los telediarios, que son invisibles para la inmensa mayoría y que, sin embargo, están al pie del cañón, dándolo todo para cuidar, atender, llamar o simplemente dar las gracias. Debemos saborear las energías de las buenas personas. Nos lo merecemos.

Salud y desigualdad social. La pandemia nos recuerda también que los efectos de la desigualdad social son alargados. Si alguien pensaba que hablar de la desigualdad, de la vulnerabilidad o de la exclusión era cosa del pasado o de unos cuantos carcas que no saben más que estropearnos la fiesta poniendo sobre la mesa los resultados de estudios, informes e investigaciones sobre la relación que existe entre la salud y las condiciones de vida de hogares, familias y personas, pues aquí está el virus para recordarnos, una vez más, que las consecuencias de un problema de salud no se sufren de igual manera en todos los rincones del planeta. De nuevo, los orígenes familiares, la clase social, los recursos económicos, el capital social, el lugar donde se vive, etc., siguen pesando como losas. Y se está viendo con mucha claridad ahora. Por ejemplo, está demostrado que el confinamiento en casa perjudica más al rendimiento de los niños de familias humildes, con un menor número de dispositivos y recursos digitales. Y duele saberlo.

Comunidad. ¡Quién lo iba a decir! Ha tenido que aterrizar un maldito virus para recordar algo obvio: no estamos solos. Que somos seres sociales por naturaleza. Que las redes comunitarias, vecinales y de apoyo son primordiales en nuestras vidas, sobre todo cuando hay que torear el toro de las circunstancias adversas, como ahora. Y de paso, la importancia de mimar, cuidar y apoyar los servicios públicos, es decir, esos recursos de todas y todos que solo valoramos cuando truena y los chuzos empiezan a caer sobre nuestras cabezas. ¿Habrán aprendido la lección esa legión de políticos, intelectuales y demás caterva que despotrican contra lo público y consideran que el Estado debe tener un papel mínimo e insignificante en la gestión de los asuntos cotidianos de los individuos? ¿Habrán dedicado algunos minutos a reflexionar sobre la importancia de construir estructuras sociales y comunitarias, esto es, redes de apoyo y protección ante las inclemencias de la naturaleza y de la vida social? Creo que no. Pero aún están a tiempo.