De todas las conclusiones que se pueden extraer de la situación de alerta en España hay una que sobresale por encima de todas las demás: superada la pandemia, ya nada volverá a ser igual. Tendremos varias certezas y otras incógnitas que exigirán tiempo para resolverse. Entre las primeras, y en lugar destacado, ese inmenso y perpetuo reconocimiento público que todos debemos hacer de por vida hacia los profesionales sanitarios, esos héroes silenciosos que se juegan la vida por los demás. Una gratitud que es de justicia extender también a los miembros de las fuerzas de seguridad del estado, a los militares, bomberos, personal de residencias de mayores y a tantos otros colectivos, como agricultores y ganaderos, que hacen posible que no enmudezcamos del todo.

Estamos en una guerra mundial en toda regla. Aquí no se oyen cañonazos y los muertos se incineran o entierran en pocas horas para desconsuelo de sus familias. Todo es una pesadilla, un escenario apocalíptico. Pero también surgen muchas reflexiones que no hace tantos días serían impensables. Porque nunca hemos estado tan unidos como ahora a pesar de la distancia social decretada; nunca tantos gestos de solidaridad han surgido cada día en cada rincón de nuestras calles y barrios, y nunca como antes hemos sentido ese deseo irrefrenable de abrazar al amigo o al vecino.

Creo que todo este sufrimiento tiene que servirnos para remover las conciencias, para valorar lo importante que tenemos en la vida por encima de otras muchas cuestiones: la salud, la cercanía entre la gente, los sentimientos... el amor.

Ahora, que hasta nos pedimos el turno en casa para sacar la basura a la calle, nos damos cuenta de que Occidente también es una parte muy débil del planeta, en el que las trivialidades y la hipocresía eclipsan el auténtico sentido de la vida, y que no es otro que querer a los demás y ser queridos.

Tampoco olvidaremos otras cosas y buscaremos explicaciones creíbles a muchos interrogantes aún sin respuesta. Dudaremos una y mil veces si lo que nos dicen muchos dirigentes públicos es verdad, o incluso nos preguntaremos qué habremos hecho en este mundo para merecernos a algunos de ellos. Porque la política es como un palíndromo, que tanto da leerla de izquierda a derecha como al revés.

Todo es como de ciencia ficción, un absurdo global, un arcano impredecible. Menos mal que nos quedan las ventanas para soltar tanta angustia y desesperación.