Well if you're looking for love

Honey I'm tougher than the rest.

Bruce Springsteen

Estos tiempos de encierro y reflexión me han llevado, entre otras cosas, a redescubrir algunas canciones del Boss, y especialmente una de ellas, de la que tomo el título, Tougher than the rest, una canción de conquista a una chica cuyo estribillo no me parece mal en los momentos actuales. Porque ese soy más duro que el resto, lejos de ser una chulería, o un menosprecio, es un buen lema con el que levantarnos cada mañana para hacer frente a lo que siempre es un día incierto, pero que ahora nos certifica que lo es.

Vivir es un constante caminar montados a lomos del caballo desbocado del tiempo, "junto/ pañales y mortaja", escribía Quevedo, pero además es un riesgo, del que ahora notamos su aliento en la nuca, porque en estos momentos la muerte acecha a la vuelta de cada equina, incluso en el saludo al amigo o al familiar, y eso hace que nos sintamos desprotegidos y tomemos conciencia de la fragilidad de la vida, del tenue hilo que nos une a la tierra, a nuestro pasado y a un presente que parece arañarnos sin futuro. Y ahí se agazapa el miedo, ese que te seca la boca y hace que las piernas tiemblen y recuerdes los versos de Lorca gritando ante el cadáver de su amigo, el torero Ignacio Sánchez Mejías, "Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura/los que doman caballos y dominan los ríos". Y entonces sientes que todo se tambalea a tu alrededor, que lo que parecía tan asentado y firme puede borrarse en un instante y que hasta decir el rutinario hasta mañana te deja en la boca un sabor a metal pues tu mente enuncia o no. Porque el miedo es más mortal que cualquier pandemia, ya que es irracional y no hay vacunas, ni cuarentenas, ni mascarillas, ni ejércitos para protegerte y te ves como en la película de Fred Zinnemann, "Solo ante el peligro."

El miedo, como el ver cumplidos los sueños, viene de repente, sin avisar, sin darte tiempo a pensar. Se hace presente y te invade, arrasa tu mundo y te deja a la intemperie el cuerpo, pero sobre todo el alma, y miras alrededor y parece que nada ni nadie vendrá en tu auxilio; es más, sabes que nadie podrá socorrerte, porque, como dice la frase popular, el miedo es libre y cada uno coge lo que quiere. Y es muy probable que hayamos cogido mucho, demasiado, no sin razón, pero mucho en todo caso, y hasta es posible que, parafraseando a José Luis Sampredo, nos sentemos y ni siquiera morir queramos, porque queremos sencillamente nada.

Pero es ahí y ahora, en ese punto en el que si levantamos la cabeza tomamos conciencia de que solo cabe ir mejorando y que, como escribió Aristóteles, "la esperanza es el sueño de los despiertos"; justo ahí y ahora, despiertos y abrazados a nuestros sueños más íntimos, los que se tejen en la soledad de almohadas vacías arropados con sábanas de ausencia, ahí es cuando la canción del Boss es una invitación a coger la vida, esa chica vestida de azul, con su pasado y su presente, pero sobre todo con su futuro, para susurrarle al oído, en un baile infinito en cada giro como dos amantes fundidos en un beso fugaz y eterno, que somos más duros que el resto y que estamos listos para, aunque el camino sea sombrío, recorrerlo de su mano, porque la vida, esa chica vestida de azul, nos invita a seguir caminando a su lado.

La vida es esa chica a conquistar frente a otros