Rogier Van der Heide afirmaba que "La imaginación es un instrumento de supervivencia" y uno no sabe lo que puede dar de sí hasta que se ve inmerso en una situación límite.

En estos momentos estamos viviendo un momento muy difícil a nivel mundial. Por primera vez en mucho tiempo, estas generaciones de españoles que no hemos pasado por guerras, hambrunas o pestes, a las que estaban acostumbrados nuestros antepasados, nos vemos inmersos de repente en una gran pandemia.

Pero no debemos olvidar que en Zamora se han vivido situaciones parecidas a lo largo de la historia, disponiendo de muchos menos medios y avances médicos y de todo tipo, con los que contamos ahora. Cuando esto ocurría se cerraban todas las puertas de la ciudad y en algunas se abrían solamente los portillos para dejar pasar víveres y productos básicos para la subsistencia. Los enfrentamientos y las luchas del poder, como ahora, por tal medida eran continuos, entre los distintos habitantes de la ciudad. Por ejemplo, la puerta de Olivares dependía de los clérigos y eran ellos los encargados de abrirla y cerrarla a su antojo, lo que provocaba conflictos con el resto de los habitantes.

Las gripes y las pestes, que han sacudido al planeta por oleadas, han acabado con la vida de millones de personas a lo largo de la historia de la humanidad, baste recordar la peste negra que afectó a tres continentes, Europa, Asia y África por el siglo XIV y, en seis años, de 1347 a 1353, acabó con el sesenta por ciento de la población europea. Como se puede apreciar fue de una virulencia inusitada.

Uno de los países más castigados fue Italia. En Florencia en 1348 había noventa y dos mil habitantes y en la primavera y el otoño de ese año perdieron la vida más de treinta y cinco mil personas.

En esa época un escritor italiano, de nombre Boccacio, posiblemente en su periodo de reclusión, escribió en las montañas de los alrededores de la citada ciudad un libro de cien cuentos, en vernáculo dialecto florentino, titulado con un nombre griego, El Decamerón, que significa "diez días", no solo como manera de llenar el tiempo de reclusión, sino como testimonio del terrorífico tiempo vivido por los habitantes de una ciudad totalmente contaminada por una enfermedad incurable en aquella época, sino también para devolver algo de esperanza a una población aterrorizada, ya que desarrollando la imaginación se podía sobrellevar mejor cualquier adversidad, tal como el autor lo confiesa en el prólogo, pues los florentinos «almorzaban por la mañana con sus parientes, compañeros y amigos, y cenaban por la noche con sus antepasados, en el otro mundo».

Aparecieron en ese tiempo los "faquines" o picamuertos, a los que se pagaban para que recogieran a los difuntos. Se acabaron entonces las exequias, las misas solemnes, las luminarias y los duelos.

En la obra se demuestra que en aquella época no existían los medios que ahora conocemos, por ejemplo, no había sanidad universal como en España, los enfermos eran atendidos por las cofradías que tenían un fin benéfico asistencial, pero carecían de recursos para cuidar de toda la gente de la ciudad, y todo el mundo deambulaba sin rumbo por ella, sorteando a enfermos y fallecidos diseminados por todos lados, querían huir, pero no sabían a dónde.

Y un grupo de siete mujeres nobles y tres amigos, que se encontraron una mañana en la iglesia de Santa María Novella, decidieron aislarse en las afueras de Florencia para evitar los contagios.

La casa donde fueron a vivir era una recreación del paraíso, y así nos la describe el autor, "Estaba tal lugar sobre una pequeña montaña, por todas partes alejado algo de nuestros caminos, (...); en su cima había una villa con un grande y hermoso patio (...), con pradecillos en torno y con jardines maravillosos y con pozos de agua fresquísima.

Para entretenerse, cada uno de ellos debería contar una historia. En esos relatos aparecen como personajes, hombres y mujeres de la sociedad del momento, gobernantes, burgueses, notarios, banqueros, campesinos, reyes locos, ladrones, adúlteros, engañadores, donde la proximidad del fin de los tiempos les hace comportarse de una manera libertina y escandalosa. Todo tiene cabida en la obra, el amor, el erotismo, el engaño, la traición, la burla, la cambiante fortuna, la tragedia, las lecciones morales.

La obra fue incluida por la iglesia católica en el Índice de libros prohibidos debido a sus errores intolerables.

Se nota en él, el cambio dado en la mentalidad de la época, ya que se pasa del teocentrismo medieval, porque ya no es Dios el centro del universo, al antropocentrismo renacentista, al ser el hombre considerado el eje del mundo.

Y en estos días, en vez de leer las historias de Boccacio, como esa en la que tres jóvenes le quitan los calzones a un juez de las Marcas de Florencia, mientras desde el estrado, él se administraba justicia, seguimos buscando recursos para llenar nuestro tiempo de encierro, y nos dedicamos a practicar de nuevo la difícil convivencia familiar, a la que no estamos acostumbrados, a divorciarnos porque no nos aguantamos, a mostrarnos más solidarios que nadie, a cantar himnos inspiradores, destacando el Resistiré del Dúo Dinámico, también sacamos a pasear a los perros del vecino, algunos hasta sacan al peluche para que no se deprima, el dueño, no el peluche, hacemos gimnasia varias horas al día, vemos la tele, mandamos miles de mensajes a amigos y conocidos, nos tragamos todas las series habidas y por haber, ¡ah! y las noticias del cronovirus, tema del que todos nos creemos grandes especialistas, nos mandamos mensajes, montamos armarios o pintamos puertas, aplaudimos a aquellos que están en la primera línea de trincheras, cocinamos comidas de última generación, el caso es llenar las horas, olvidando que el reposo del guerrero, una conversación pausada y agradable, una buena lectura y el silencio también pueden formar parte importante de nuestras vidas en tiempos de penuria.

Y todo ello está muy bien, el caso es no perder la esperanza y que cada uno pueda hacer lo que quiera en su no escogido periodo de reclusión, porque lo que no podemos hacer en estos momentos es tirar la toalla.

Se proclama que hay que resistir, no queda otra.

Y es que ya lo decía Bear Brylls: "La supervivencia se puede resumir en tres palabras: Nunca te rindas".