En la insólita situación que estamos viviendo en España (y “en el mundo en general”, como diría el señor Cordero, aquel venerable patriarca de la Calle Feria) hemos aprendido muchas cosas en pocos días: palabras de cuño reciente como ‘coronavirus’-y su variante alquímica, COVID-19-, interpretaciones de diagrama sin quietantes sobre la evolución de la enfermedad en distintos países, nombres de virólogos, comportamientos de microorganismos, nuevos síndromes que se avecinan… Todo fenómeno sobrevenido trae consigo su propio glosario. Pero de todaslas novedades, ninguna me ha llamado tanto la atención como la lista propuesta por el Gobierno de lo que pueden considerarse “artículos de primera necesidad”, que no deben escasear para la ciudadanía. Todos sabemos cuálesson. No hace falta repetirlos. Pero entre ellos no se hallan los libros.

Y no, no habría estado mal proponer que cada día hubiese al menos una librería de guardia en cada población para atender las necesidades de quienes ahora debemos sumergirnos sine die en la topografía domiciliaria. Porque el libro sí es ahora un artículo de primera necesidad. Hay tiempo sobrante, no hay que madrugar, no nos esperan excesivastareas por hacer, no puede irse uno a probar el motor del coche, que hace un ruido raro, ni puede convocarse a los amigos en torno a unas cervezas… Nada de eso. Así que, como sucedía en El Decamerón, solo nos queda esperar a que la peste pase y, mientras tanto, resistir entre historias que exciten la imaginación, esa dama loca que no se sosiega sino con los propios estímulos que la despiertan. Ahora nos hace falta la compañía de la imaginación para salir de la tiniebla de esta plaga que nos va empapando a todos crecientemente y sin misericordia. Quizás recuerden aquel relato de Atxaga que trata de corregir -y lo consigue- aquella fábula oriental del lacayo al que la muerte persigue mientras él cree que huye, cuando en realidad se dirige sin saberlo al lugar donde ella lo espera. Algo muy parecido a los comportamientos de quienes en estos días abandonan lugares infectados suponiendo que así escapan a los estragos del virus pero, ay, ya lo llevan dentro de ellos y lo esparcen allá donde han acampado.

Volviendo al relato de Atxaga, una serie de amigos letra heridos deciden alterar el final, con el triunfo de la muerte, para que esta no arrebate por fin a su presa.Y lo consigue con una versión renovada de la fábula oriental. ¿Cómo? Utilizando la imaginación. Con ella se consigue salvar de la muerte al lacayo.Y es que la imaginación es el arma más eficaz para combatir el aburrimiento, que es a su vez una de las formas en que podemos ver, aun de lejos, el rostro desabrido y burlón de la muerte. Por eso, muchos hubiéramos agradecido que se hubiera considerado al libro como objeto de primera necesidad. Novelas, ensayos, libros de viajes, poesía, obras de teatro, memorias… la compañía inigualable de las palabras, que penetran -como los virus- por todos los poros del cuerpo e inoculan algo parecido a la confianza en la vida, al orgullo de pertenecer a la misma especie de hombres y mujeres capaces de dejarnos servidas historias que nosotros no habíamos sido capaces de concebir siquiera o que, al contrario, habíamos supuesto sin terminar de armarlas con la artillería luminosa de las palabras. ¿Y qué más da? Alguien lo hizo por nosotros y nos lo ha entregado en un libro, en palabras destinadas a conjurar la necesidad que todos tenemos de que nos cuenten historias que nos ensanchen la idea que teníamos de la vida antes de ponernos a leerlas. Algo así podemos proponer desde aquí. Leer. Leer historias durante el acuartelamiento que hemos de padecer en nombre, precisamente, del regreso a la vida. Para volver a ella en cuanto sea posible.Volver al aire, al bullicio de las calles, al trato desprejuiciado y confianzudo con nuestros conocidos, al abrazo sin remilgos y al beso.Al reino del tacto.A emplear a fondo lossentidos para sentirnos vivos por completo, como ocurría hasta hace poco sin que quizás fuésemos conscientes de ello, cegados como estábamos por la costumbre de poder hacerlo con una naturalidad que creíamos absoluta e irrebatible y sin experiencia ni antecedente que valorase el milagro de compartir la barra de un bar o la butaca de un cine codo con codo con prójimos desconocidos que no son potenciales agresores involuntarios.

Llegará de nuevo sin duda ese tiempo de todos. Claro que sí. Pero mientras dura la encerrona, abrámosla vida a las palabras. Ellas sí son capaces de iluminar grutas interiores que apenas sospechábamos hasta que ellas nos las descubren. Leamos. Busquemos uno de esos objetos de primera necesidad. El espíritu nos lo agradecerá.