He escrito mil veces, con cariño y nostalgia, que España es un bar sucesivo. Hoy os veo indolentes en esas terrazas durante la peor crisis sanitaria que hemos conocido y me pongo enferma. Mi madre, como tantos sanitarios del sistema público, está estos días jugándose su salud y la de su familia para cuidarnos a todos. Si los auxiliares de enfermería, los enfermeros, los médicos, los limpiadores, los celadores, los conductores de ambulancia pueden hacer jornadas maratonianas en un entorno de máxima presión e incertidumbre, tú puedes quedarte en casa y dejar las cañas por unas semanas, que quizás tampoco te viene mal.

Hace diez días estaba en Guyana comprando "anything (cualquier cosa) with (con) paracetamol" porque el Gobierno de Guatemala -donde vivo- acababa de anunciar que no dejaría entrar a ningún extranjero con fiebre. Me entró pánico de coger un resfriado o una gripe común -muy fácil trabajando entre aire acondicionado y calor tropical- y quedarme fuera. Hoy estoy en Guatemala sabiendo que no puedo salir. El Gobierno, como otros en el continente, ha prohibido la entrada de ciudadanos europeos. Si salgo, no entro.

No estamos acostumbrados. Yo acepto proyectos en países remotos donde no he ido nunca antes, a veces con solo días de antelación, y nunca me tengo que preocupar de la visa. Tenemos un pasaporte "fuerte", dicen. Me temo que con esta crisis ha perdido muchos puntos en esa clasificación. Guatemala, Marruecos, los países de los migrantes a los que les levantamos vallas físicas y muros burocráticos, nos vetan ahora a nosotros. Si alguien necesitaba una lección de humildad, es esta.

Nuestro supuesto lugar feliz europeo también es vulnerable. No hay nada tan igualador como la enfermedad. El coronavirus también viaja en primera. Y los que viajan en primera viajan más. Todos los días le digo a mi marido que trabajar con políticos es contacto de riesgo. Nadie estrecha más manos que ellos. Y manos atrás, que esto es una crisis. Dejen -ellos, ustedes-, por favor, de dar la mano, de plantar dos besos. No es educado, es irresponsable.

Ayer éramos personas que ya no socializaban pegadas a una pantalla y hoy somos un país donde nadie puede aguantar estar en casa sin ver amigos unos días. A mí que me lo expliquen. ¿Cómo veíais antes todas esas series que siempre eran la mejor de la historia? Me imagino que en casa, en el sofá, quitándole horas a las ocho que nos harían un país de gente menos dormida. Pues disfrutad, ahora os lo han prescrito: relax y Netflix. ¿No era eso lo que más deseábais desde la tediosa oficina? Sueño cumplido. Quedarse en casa. A nosotros nos ha tocado la parte más fácil. Si no lo quieres hacer por ti -que te sientes joven, fuerte, inmortal-, hazlo por los sanitarios, hazlo por los abuelos, hazlo por los enfermos de tantas otras cosas, hazlo por tus padres, hazlo porque no hacerlo es temerario. Y bastante estúpido. Quédate en casa.