Se dice que las crisis son también oportunidades. Quizá, sería mejor decir que en las crisis "podemos" crear oportunidades; con énfasis en la intencionalidad. En el necesario confinamiento sobrevenido por el coronavirus, podemos crear la oportunidad de desarrollar un ambiente de lectura, porque el pensamiento crítico es tan importante como conservar la buena salud y, para ello, se requiere una actividad educativa desde todos los frentes educativos. Dirán ustedes que corresponde al centro crear el hábito de leer, de transmitir un imaginario colectivo, pero cuando se hacen las cosas sólo "por cumplir" se cae, inevitablemente, en la superficialidad. Me explico.

Es cierto que la enseñanza de la literatura en las aulas de secundaria está sobradamente justificada, porque los imaginarios compartidos son fundamentales para la cohesión de las sociedades y la literatura es uno de los mejores medios para ello si queremos ponerles en contacto con la forma en que los humanos dan dado forma a sus miedos, angustias, anhelos y esperanzas. Esta fue la razón para introducir historia de la Literatura española en los programas de secundaria, conocer cómo se fragua y se desarrolla una identidad cultural propia. Sin embargo, estamos inmersos en una sociedad global e intercultural donde el concepto de ciudadanía se desborda hacia una identidad global y, por ello, convendría replantearse algunas cosas al respecto. En primer lugar, dónde situar el perímetro geográfico que contribuya a ese objetivo: ¿El cantar del Mío Cid, Machado, Larra, o también, quizá, Shakespeare, Tucholsky, Twain y Heminway?

En segundo lugar, si se fijan ustedes, existe otro perímetro más incierto todavía que el geográfico, el del género. Si hacemos un repaso de la asignatura historia de la Literatura, ¿cuántas escritoras se contemplan? Déjenme pensar... ah sí, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, ... ¿alguna otra? Qué hay de, Faustina Sáez de Melgar, la sevillana Carolina de Soto, Concha Espina, entre otras muchas, así como Cecilia Böhl, Dorothy Parker, Emily Dickinson, y muchísimas más de otras tantas nacionalidades. Si tenemos un Ministerio dedicado exclusivamente a la igualdad, convendría que, con el correspondiente de Educación, revisaran esa "no paridad" en la asignatura de historia de la Literatura.

Entonces, si en el centro educativo solo se estudia Literatura y apenas se lee Literatura, a pesar de estupendos profesores cargados de buenas ideas, pues tenemos una gran labor que hacer en casa abriendo fronteras e itinerarios que incluyan, como complemento a las clásicas, literatura actual, internacional y de autores masculinos y femenino, no acaben los hijos por creer que no hay más alternativas que las que estudian en el aula. Así como que la idea de "identidad cultural igualitaria" es otro concepto más; sin contenido, sin existencia real.

Pero en la familia podemos hacer mucho más. Es cierto que nuestra sociedad global difunde actitudes y pautas de conducta que se moldean no solo por la lectura; hoy día, son las narraciones audiovisuales las que sacian la sed de relatos y las que aseguran los referentes comunes que permiten a los humanos reconocerse como parte del mismo grupo. Si algunos, entre los que me encuentro, nos resistimos a admitirlo, es porque estamos convencidos de que la lectura de un libro y el cine o las series son artes, fíjense bien que digo artes, no excluyentes, sino complementarias.

Si bien la lectura es exigente, nos exige silencio, concentración, educación en la paciencia, en la lentitud, en la espera de la gratificación..., antítesis de la forma de la vida actual, sí son condiciones necesarias para pasar del pensamiento "esponja" al pensamiento crítico, definido como un pensamiento independiente orientado a plantearse problemas y a intentar resolverlos; un pensamiento profundamente analítico, creativo e imaginativo, para desmenuzar los hechos y captar la realidad social donde se producen.

Por su parte el cine también tiene sus limitaciones. La primera de ellas es su juventud. No me refiero tanto al hecho de hacer cine, sino al visionado que se ofrece en las pantallas y en las plataformas digitales. Si el acceso que tienen los adolescentes a los valores e identidad compartida se limita a lo que allí se ofrece, estamos reforzando el absoluto presentismo con el que adjetivamos a nuestros jóvenes, ya que una película de más de siete años es para ellos casi una pieza de museo. Además, el cine es una industria y, como tal, se debe ceñir a lo que el mercado demanda. En el cine, es la película la que sale al encuentro del receptor, mientras que en la literatura es el lector el que sale al encuentro del libro, lo que le permite elegir más libremente su propio itinerario. Si no queremos renunciar al derecho de elegir con qué relatos vamos a moldear la identidad cultural de los jóvenes, vosotros, familia, debéis generar espacios para la lectura en casa. De lo contrario, estáis poniendo a vuestros hijos en manos del mercado.

No ha sido objetivo de este encuentro pretender aconsejar un tipo de literatura concreta, sino más bien el objetivo ha sido empoderar la lectura. El insigne psicólogo y humanista Bruner decía que construimos conocimiento también a través del pensamiento narrativo, cuya importancia radica en que es a través de las historias que nos contamos y en las historias que nos cuentan cómo atribuimos una interpretación a nuestras propias experiencias; por ello, es esencial que la familia actúe conjuntamente con el centro educativo para proveer relatos abiertos, alternativos, complementarios a los curriculares, así como de buenas herramientas para descifrarlos, pero de eso hablaremos en el próximo encuentro.