Las agresiones sexuales graves crecen en todas las provincias de Andalucía, segunda comunidad con más violaciones conocidas. ¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar esta y otras situaciones que afectan directamente a la integridad sexual de la mujer? Es una lacra, una epidemia y no estoy por hacer gracietas, ni chistes dada la situación del Covid 19 en España. Hay que endurecer la ley. Hay que impedir que los violadores reincidan, dejándoles a buen recaudo en prisión. Diga lo que diga la autoridad penitenciaria, el violador es casi siempre reincidente.

Andalucía no es la única comunidad autónoma que soporta este grave problema pero sí es la que más agresiones sexuales con penetración padece en el cómputo anual. No me extraña la preocupación del Instituto Andaluz de la Mujer que advierte de la incidencia de este tipo de delitos entre los más jóvenes. Esa es otra. Los patrones de conducta que siguen los más jóvenes, algunos de ellos incluso menores, debe hacernos reflexionar a todos. A la autoridad competente en Andalucía y al resto de las autoridades españolas porque jóvenes e incluso menores de edad se ven implicados, cada vez con más frecuencia, en este tipo de sucesos indeseables que tienen cómo víctimas también a menores de edad. Un agravante a tener en cuenta.

Las adolescentes son las favoritas de chicos y grandes. Los casos se suceden con demasiada frecuencia. Hasta tal punto llega la osadía de los violadores, de los acosadores sexuales que incluso en Almería se ha registrado un caso cuando menos curioso: una agente de la Guardia Civil fue atacada en su vivienda. Un ejemplo más que pone de relieve el notable incremento de delitos sexuales contra las mujeres. Los casos más graves se producen en Andalucía, sí, pero, repito, no es la única comunidad autónoma. Cataluña se lleva la palma, la comunidad de Madrid se sitúa en tercer lugar, detrás de Andalucía.

Habría que determinar si este indeseable aumento se debe a que existen más agresiones o que las víctimas se atreven a denunciarlas. Hasta no hace tanto este tipo de agresiones suponían un tema tabú. Por pudor, por vergüenza, por temor, la mujer agredida se guardaba para sí ese episodio horrible que sin duda alguna marca la vida de las víctimas. La sociedad tiene que estar más concienciada que nunca ante el aumento progresivo de estos ataques a la dignidad y a la integridad de la mujer. La sociedad en su conjunto, y no sólo desde el feminismo, debe pasar a la acción. No hay que gritar más, no hay que marginar a ningún colectivo ni político ni social, no hay que hacerse abanderados de nada, simplemente hay que actuar, hay que pasar a la acción, hay que perseguir el delito y al delincuente, hay que juzgarlo y encarcelarlo sin beneficios penitenciarios de tipo alguno.

Hay que alertar sobre el hecho de que las generaciones más jóvenes están imitando o reproduciendo los peores comportamientos de los mayores en sus relaciones de pareja. Cuántas violaciones se perpetran dentro de la pareja, donde el NO tampoco parece funcionar, como si la mujer fuera una mercancía, fuera un simple objeto de deseo que se toma o se deja según convenga. Precisamente en estos segmentos de edad las agresiones sexuales se han incrementado en demasía, circunstancia que queda reflejada en el hecho de que la mayoría de víctimas tiene entre 18 y 27 años de edad. ¿Qué se habrá hecho mal a lo largo de los años? ¿Ha faltado educación al respecto? ¿No se ha educado en la igualdad y el respeto? ¿Es la pornografía primer contacto de muchos jóvenes con el sexo, culpable directa de la visión distorsionada de las relaciones íntimas? Ni víctimas ni victimarios pueden normalizar lo que en realidad es una aberración.