Este pasado mes de febrero concluía en Madrid el Congreso de Laicos 2020 con el objetivo de marcar y recordar cuáles son las pautas de la misión a la que está llamado este sector (el Pueblo de Dios), el más numeroso de la Iglesia y del que muchos de ustedes lectores son parte. Muy interesante me parece la ponencia final de este congreso, que invito a que busquen y lean. En el mejor de los casos es un soplo de aire fresco, aunque debería ser un recuerdo al que debemos volver para no olvidar cuáles son esas claves del trabajo laical en la Iglesia que viene a ser muy parecido al que empezaron haciendo las primeras comunidades cristianas y que es un trabajo tan importante como cualquier otro que desarrolla la jerarquía eclesiástica, la misma que a veces nos parece está tan alejada de la realidad.

Ha sido un periodo de intensa reflexión y se ha bautizado como un nuevo pentecostés, cuando el Espíritu Santo transformó a los apóstoles para que fueran a proclamar el anuncio del Evangelio por todo el mundo. Desde la convicción de que en una sociedad tan sumamente plural con tantas realidades, secularizada y plurireligiosa, en la Iglesia cabe todo el mundo y hay que favorecer, en primer lugar ese don de la acogida al otro y al que piensa diferente para alcanzar causas comunes. Los laicos, de la mano del clero y los religiosos, tenemos que hacer ver lo ideal del modelo de vida en el que creemos y que no es otro que desde la comunión y la celebración (liturgia) tenemos la pretensión de servir al bien común (valores de libertad, solidaridad, compromiso, justicia y paz).

Esa ponencia final pone de manifiesto la realidad del pueblo de Dios en salida a la que llama el pontificado del Papa desde su inicio, la necesidad de actuar desde la unión de todos los eslabones de la cadena, el protagonismo del laicado en la vida de la Iglesia desde la misión de ser seguidor de Jesús y no para figurar o mandar, y marca un trabajo para potenciar la conversión y la formación de sus miembros que ojalá lleve a buen puerto. Será síntoma inequívoco de que la Iglesia hoy no tiene ningún motivo para esconderse y ser visible en las sociedad del siglo XXI.

Y un apunte más, esta semana el plenario de la Conferencia Episcopal Española ha renovado cargos. El arzobispo de Barcelona, el Cardenal Juan José Omella, es la nueva cabeza de la Iglesia en España. No sé mucho de él, pero ante los retos que se le vienen a nuestro país me parece idóneo un perfil aperturista a los signos y cambios de los tiempos, un perfil, tal y como ha señalado, sumido en el espíritu del Papa Francisco. No lo va a tener fácil, pero desde luego mi oración, un buen deseo de trabajo y suerte.