Aquel día se sintió rumboso, y decidió emplear un poco de los posibles que había puesto en sus manos la sociedad al objeto de gestionarlos de la mejor manera posible. Y dándole vueltas al quién, al cuándo, y al por qué, cayó en la cuenta que se encontraba en periodo electoral, y qué lo mejor sería ofrecer una pequeña parte de aquellos recursos a aquellos que en aquel momento tenía delante. Reparó que la promesa que iba a hacer no solo serviría para obtener unos cuantos votos, sino también le vendría bien a aquella provincia que llevaba años perdiendo población de manera alarmante. Así que nada mejor que decir en público algo que le iba a venir bien a su partido, y también, en alguna medida, a los ciudadanos que a pocos metros le escuchaban con atención. Y así sucedió. Y se frotó las manos pensando en la publicidad añadida que le reportaría ese hecho, cuando se leyera la noticia al día siguiente o cuando le vieran ese mismo día en el telediario.

De manera que no lo pensó más, y fue y lo dijo: "Monte la Reina será ocupada por un contingente de militares, en cuanto pasen las elecciones", dándosele un uso adecuado a las necesidades del momento, y poniendo así en valor un emplazamiento cuyo uso desapareció en los años ochenta, para más tarde quedar olvidado al desaparecer el servicio militar obligatorio en el año 2001. Así pues, fue aquel un campamento que ha pasado a la historia por haber servido para hacer una "mili" a la medida, diseñada para estudiantes universitarios, al objeto de poder hacer el servicio militar durante los veranos, aprovechando así mejor el tiempo en la cosa de los estudios.

La promesa de dotar a Monte la Reina de un contingente de más de mil profesionales pertenecientes al ejército, es, sin duda, una manera, si bien artificial - pues no se trata de ninguna empresa productiva que genere puestos de trabajo directo - también una forma de intentar poner un parche para que se vea la provincia menos vacía, y de paso, incrementar, en determinada medida, el consumo y la venta o el alquiler de viviendas.

¡Algo es algo! dijeron los que le escuchaban. Y rápidamente se encargó al Ejercito estudiar la viabilidad de la operación. Y concluyeron que sí, que el lugar servía para el fin que había sido anunciado. Pero claro, servía siempre y cuando se adaptara a las necesidades de la milicia, porque lo que allí quedaba no servía para mucho, más bien para nada, pues el uso que se le dio en su día estaba pensado solo para los veranos, y en particular para unos milicianos que hacían su vida en tiendas de campaña.

Pues eso, que el Ejército ha dado el visto bueno a la viabilidad de las 1.200 hectáreas de Monte la Reina, y ha anticipado un presupuesto que supera los 80 millones de euros para ser adecuado a sus necesidades. Y nada más conocerse la noticia el sub-delegado del Gobierno ha dicho que hay que reunirse para hablar del asunto. Y hasta ahí, parece que todo va encajando, que está bien eso de hablar todos con todos, cada uno desde su casa y apechando con lo que en puridad a cada uno le pueda corresponder y lo que sus competencias le exijan.

Claro que hay quien se anticipa y piensa que ahora de lo que se trata es de lo de siempre, de ver de dónde va a salir el dinero necesario para acometer las obras, aunque lo más razonable sería que lo aportara el Ministerio de Defensa. Y el alcalde Guarido, por si acaso, ya ha dicho que no cuenten con el Ayuntamiento de Zamora. Y no le falta razón, porque se trata de un asentamiento militar, o lo que es igual, de un servicio que se presta al conjunto de los españoles, y no en especial a unos pocos, en este caso concreto a los zamoranos. Por tanto, debería ser el Estado quien corriera a cargo de la financiación, pues, en todo caso, de llegar a repartirse el montante de 80 millones entre todos los españoles (Es un decir), a Zamora le tocaría contribuir, en proporción a su población, con una ridícula cifra, inferior a los 300.000 euros.

Si alguien estuviera pensando en involucrar en la financiación a las instituciones locales, Diputación y Ayuntamiento, sería perder el tiempo, porque las arcas de ambas no están siquiera para arreglar los problemas cotidianos de los zamoranos, cuanto menos para contribuir a pagar la ronda a la que otro invitó en su momento. Porque lo de invito yo, y pagamos entre todos, nunca ha sido una invitación, sino un farol o un brindis al sol. Los empresarios locales han llegado a ponerse demasiado nerviosos, antes de conocer en detalle cómo van a discurrir los acontecimientos, pasándose un poco en sus apreciaciones, pues, de momento, la cosa no es para tanto, ya que, al fin y al cabo, deberían estar acostumbrados a estas cosas, nada diferentes a las sucedidas en otras ocasiones con otros gobiernos.

Lo que sí parece cierto, es que cuando se ofrece algo se debería apechar con ese compromiso, y si no mejor no decir nada, porque no hay nada que llegue a desmoralizar más que las promesas que no llegan a cumplirse.