Los humanos somos unos seres insaciables y egoístas. Insaciables pues somos animales que nacemos inmaduros, como el resto de seres vivos. Pero a diferencia de estos, nos sigue faltando un hervor el resto de nuestra existencia tanto como individuos como sociedad. Egoístas porque, en ese afán por suplir nuestra inmadurez, ponemos a todo el entorno a nuestra disposición sin pensar en nada más que nuestro bienestar aquí y ahora. De esta manera, podríamos hablar de parasitismo.

Las consecuencias de este egoísmo son que bebemos las fuentes, matamos los ríos, los lagos y las aguas subterráneas. Envenenamos el aire y la tierra. Esquilmamos los montes, las tierras y los recursos. Todo vale para beneficio del homo sapiens. No pensamos ni en futuras generaciones ni en el resto de los animales que nos acompañan en nuestro viaje espacial en la nave Tierra.

En este sentido, la instalación de grades explotaciones porcinas en nuestra tierra zamorana puede ser un evidente ejemplo de depredación del territorio. Pero estos proyectos están empezando a tener resistencias en todas las poblaciones que son elegidas por el bombo de la "suerte" para "disfrutar" de sus pestilencias, contaminaciones y depredaciones. Bien saben ya los oriundos de las graves consecuencias que traen para la vida de las poblaciones cercanas estas mega-granjas.

Hace ahora un cuarto de siglo, un pueblo luchó contra la primera macro granja de la zona de Benavente. Calporc instaló, con la anuencia de Arrabalde y la oposición de Villaferrueña, una pocilga para engordar cinco mil cochos a orillas de río Eria, junto a la base de la sierra de Carpurias. Tardaron años en poder inaugurar la cochinera, ya terminada, pues Villaferrueña consiguió pararla debido a que no cumplía la normativa en cuestión de distancia a un casco urbano. La Junta modificó la norma, reduciendo la distancia, e instó a Calporc a solicitar una nueva licencia para la actividad ganadera. Con la nueva regulación, la instalación ya estaba fuera de la distancia a población. Para que la cuadra cumpliera con la normativa medioambiental le "obligaron" a darles a las naves una mano de pintura ocre para que no desentonara tanto. Eso fue todo y a funcionar.

Resultado, veinticinco años después: las fuentes de Caño, cuatro fuentes en la base de la sierra de Carpurias que colaboraban a mantener el caudal mínimo de río Eria durante el estío, que servían de lugar de esparcimiento y de abastecimiento de agua potable, están secas. Supongo que Los cochos de la macro graja se las han bebido a través de algún sondeo que haya pinchado el acuífero. El río Eria, en su tramo final, es un río muerto por diversos motivos, que ahora no vienen al caso, pero de los que no son ajenos ni la actividad agropecuaria ni el saneamiento urbano de las poblaciones. Los olores, debidos a las deyecciones porcinas, dependiendo de la dirección del viento, son nauseabundos. Solo falta por confirmar la contaminación de las aguas subterráneas por el vertido de purines en las fincas como fertilizante. Posiblemente este último hecho no tarde mucho en confirmarse y entonces: agua embotellada para las gentes del lugar pues las captaciones del líquido elemento, con el fin de abastecer a las poblaciones, no será apto para el consumo humano. Hasta ahí llega nuestra avaricia.

Cuando Villaferrueña se opuso a esta pocilga se quedó sola: para los ecologistas era una cosa demasiado local y no entraba en sus fines defender a un pueblo pequeño; la izquierda de la zona no se opuso pues dijo que ese era el "oro negro" de la provincia. La socialdemocracia y la derecha son los aliados naturales para depredar el territorio, así que aplaudieron la mega zahúrda.

Estas instalaciones industriales, insalubres, se plantan en el los pueblos porque es la forma que tienen las grandes ciudades de externalizan las flatulencias que su forma de vida y de abastecerse de víveres produce. Además, un solo puesto de trabajo por pocilga que, comparado con el daño que producen en el resto de las posibles ocupaciones en un pueblo, resulta negativo en cuanto a empleo y población.

Que nadie dude de que, si en cada mega pocilga hubiera 50 puestos de trabajo, estas no se instalarían en las poblaciones de Zamora: lo harían en Madrid y todos para allá a vivir a costa del resto de Castilla, Extremadura y León como lugares de donde extraer recursos, población y energía que sigan engrasado la depredadora mega máquina, la chulapa manchega.

Y nos quieren hacer creer que esta fétida industria va a contribuir a frenar la despoblación del mundo rural. Va ser la puntilla a muchos pueblos. Nadie querrá vivir en un ambiente tan hediondo.

Yo propongo que en cada carnicería sea obligatorio un dispensador del " delicioso de perfume" procedente de esta actividad industrial para que quien compre conozca las consecuencias, aunque solo sean las olfativas, que tiene esa carne que va a cocinar.