Hace unos días, el sacerdote, José Álvarez, el siempre entrañable Pepe, en su homilía en recuerdo del fallecido presidente de honor de la Cofradía de Nuestra Señora de San Antolín, se preguntaba y nos preguntaba a los reunidos en la Iglesia de San Vicente, qué había sido, qué era para cada uno de nosotros, Conrado Eguaras Blanco. ¡Qué pregunta! Una pregunta para la reflexión, para interiorizarla, para responderla sin prisa, disfrutando del recuerdo, disfrutando de la cercanía de aquel buen hombre, de aquel hombre bueno cuya bondad, sencillez y sabiduría iban unidas. Un hombre singular que vivió entregado a la mejor causa a la que puede entregarse un cristiano, su familia, su fe, su Virgen de la Concha. Yo sé que el recuerdo lo irá situando poco a poco en la memoria personal y colectiva de miles de zamoranos, todos cuantos vimos crecer la Cofradía que presidió durante tantos años hasta convertirla en lo que ahora es.

Para los que en verdad queríamos a Conrado, para los que siempre le echaremos de menos, no ha sido difícil responder a la pregunta de Pepe. Para mí ha sido un amigo, una persona que ha dejado una huella imborrable. Conrado fue quien me introdujo en las costumbres que hunden su raíz en la tradición de la romería de la Concha. Conrado fue por quien me hice romera, quien me transmitió valores como la lealtad y me enseñó la importancia de los afectos. Conrado Eguaras merece un especial reconocimiento por parte de la Cofradía que él aúpo, del Ayuntamiento de la ciudad y de la parroquia a la que pertenecía por vecindad y porque Nuestra Señora de San Antolín, la Virgen de la Concha, tiene allí su refugio.

Por lo menos, el sacerdote tuvo la valentía de reconocerlo: "esta parroquia que tanto le debe a Conrado". Esa parroquia que nunca congregó tantos fieles como cuando la Concha abandonaba su techo para ser durante todo un día romera, la primera romera de Zamora en pos de cuyos pasos caminábamos todos los demás. De Conrado me quedarán de por vida muchos y muy entrañables recuerdos igualmente ligados a su querida Amelia, a la que también echo de menos por las calles de Zamora. El recuerdo de Conrado se agiganta todavía más conforme pasan los días. Estoy convencida de que las personas admirables y queridas, aunque físicamente se alejen de nosotros, de alguna manera siguen presentes entre quienes les conocimos y quisimos. Conrado Eguaras es ya parte de nuestro universo vital. Cuesta decirle adiós a un amigo honrado e inteligente como Conrado.

Tenía toda la razón Pepe, recordándonos que la marcha de Conrado Eguaras no es un adiós. Conrado vive en Conrado, en Javier, en Julio y en Meli, en la romería que él y solo él con su entrega, con su generosidad, con su dedicación encumbró, en la propia Virgen de la Concha, en los vestidos que con tanto primor cosió Amelia para que la Virgen luciera siempre hermosa, en el tomillo y en el romero, en las rosas de primavera, en el sonido de la flauta y el tamboril, en la propia historia de Zamora de la que él formó y formará parte, en sus calles, en San Lázaro y en La Hiniesta, en Valorio y en la ermita del Cristo de Valderrey. Conrado vive y vivirá en el corazón de muchos zamoranos por cuyas vidas pasó haciendo el bien sin mirar a quien. Esa es la cuestión planteada por el sacerdote.

Además de honrado y cabal, Conrado fue un hombre, como escribió Antonio Machado, en el mejor sentido de la palabra, bueno. La tradición judía dice que la memoria de los hombres buenos perdura en quienes les amaron. Por ello su espíritu sigue entre nosotros. Se fue sin hacer ruido, sin molestar, como fue su vida. Se fue un hombre bueno: Conrado Eguaras Blanco.