Eran las tantas de la tarde del último día en una ciudad del sur que hacía tiempo no visitaba, y aun no había sido capaz de encontrar ninguna de ellas; no por no haber pateado la ciudad de arriba abajo ni por no haber recorrido los barrios más modernos y los más antiguos, esos cuyas angostas y coquetas calles dan personalidad al barrio histórico, allí llamado de "la judería", próximas al rio Guadalquivir, alrededor de la gran mezquita, sin duda el emblema de la ciudad.

De manera que estaba casi a punto de tirar la toalla, dándose por vencido, cuando quiso el destino, que ya lejos del centro, en una zona ocupada por grandes superficies comerciales, se encontrara de frente con un solar, en cuya tapia apareció una de ellas: una pintada que venía a ocupar, más o menos, dos metros cuadrados de superficie. Una pintada tan grotesca y falta de personalidad como las que proliferaban en otras ciudades, incluida la suya.

Así que, por fin, la había encontrado y pudo quedarse tranquilo, ya que la excepción justificaba la regla. Porque lo cierto es que la ciudad de Córdoba luce como la patena, sin un papel en el suelo, sin una sola, o, mejor dicho, con una sola pintada, que sirve como muestra de lo carece la ciudad, de suciedad. En ningún edificio llega a apreciarse la actuación de los vándalos que, con tanta regularidad actúan en otras partes de España, ni en los de propiedad privada, ni en los de la pública, ni en barrios con poderío económico, ni en los más modestos, y mucho menos en aquellos que revisten interés histórico o artístico.

No pudo por menos que sentir una sana envidia de aquellos ciudadanos que se comportaban de manera tan cívica, y de aquel ayuntamiento que contribuía con sus actuaciones a erradicar el vandalismo que solo a unos pocos gusta practicar, pero que tanto año hace, ya que su objetivo no es otro que le de transformar el aspecto de las ciudades dejándolas descuidadas y mugrientas.

La antigua capital de Al-Ándalus, cuya economía se apoya claramente en el turismo, ofrece a sus visitantes un aspecto limpio e impecable. Sus ventajas son algo que a los cordobeses no hay que llegarles a explicar, porque tienen claro que otra cosa sería tirar piedras sobre su propio tejado, de ahí que no lleguen a plantearse otro tipo de escenario. Así lo manifiestan cuantos ciudadanos puedan ser interrogados a ese respecto. Quizás algo tenga que ver el hecho que conserven algunos genes de sus más insignes antepasados, como Séneca, Aberroes, o Maimónides, porque eso debe contar a la hora de comportarse como seres sensibles y civilizados.

Lo cierto es que, si bien existen ciudades vandalizadas, como Zamora, que ofrecen un paupérrimo aspecto, también hay otras que lucen prestancia por los cuatro costados, lo que viene a demostrar que sí que es posible mantener los espacios comunes que todos compartimos, en buen estado.

Hay quienes critican a los que sacamos a colación esto de "las pintadas" de manera reiterativa, pero, bajo mi punto de vista, no hay que dejar de insistir en ello hasta que podamos comprobar que han desaparecido de nuestra ciudad. Quienes parecen estar a gusto con la presencia de suciedades son los mismos que cuando alguien pone como ejemplo, la limpieza que existe en otros lugares, tratan de buscar burdas justificaciones. Si es el caso de Santander, porque se trata de una ciudad donde vive mucha gente de posibles. Si la referencia es Salamanca, porque es la ciudad universitaria por antonomasia. Cuando se habla de Valladolid, que es la capital de una comunidad autónoma. Espero con impaciencia, que es lo que van a argumentar ahora, a propósito de lo inmaculada que luce esa ciudad del sur de España, donde aún se recuerda con nostalgia el mandato del que fuera su alcalde, Julio Anguita, incluso por parte de aquellos que nunca llegaron a votarlo.

Lo cierto es que Córdoba es la capital del mundo que goza de más reconocimientos como "Patrimonio de la Humanidad", por parte de la Unesco, y no todos ellos merced al legado que dejaron los árabes, como "La Mezquita" y "Medina Azahara", sino también por el mimo que ponen los cordobeses a la hora de cuidar su ciudad, como son los casos de "La Judería" y "Los Patios".

Mientras, nosotros, en Zamora, deseamos que la Unesco reconozca como Patrimonio de la Humanidad nuestra "Semana Santa" o el conjunto de nuestro "románico", no hacemos nada que evite mostrar una ciudad desaseada, revestida de una pátina que llega a agredir sensibilidades. Día a día demostramos no ser capaces de conseguir algo que debería ser fácil, cual es tratar a la ciudad como a una cosa propia, y no como a un peligroso enemigo que con peligro nos está acechando.