Ante la falta de motivación que ve en sus hijos, con el consiguiente deterioro del rendimiento, seguro que en más de una ocasión se ha preguntado: "¿Qué puedo hacer para posibilitar que se interesen y se esfuercen por aprender?". Esta pregunta es la que nos hace Alonso-Tapia, catedrático de Psicología experto en motivación y en sus variables conconmitantes, además de padre de cuatro hijos.

La importancia de dar respuesta a esta inquietud es grande y compleja dado que, como ha constatado un estudio reciente, existe unanimidad entre padres, profesores y alumnos al considerar que la motivación de estos últimos es cada vez menor; de ahí que Alonso-Tapia haya dedicado gran parte de sus trabajos a "destripar" este concepto tan escurridizo que es la motivación.

Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que la pregunta anterior: "¿Qué puedo hacer...?" se refiere no tanto a la motivación misma de los chicos, cuanto al entorno que educadores, profesores y padres podemos crear con nuestro modo de actuar y de dirigirnos a ellos. Por esta razón, para responderla sería lógico que los profesores examináramos qué hacemos, desde que comenzamos un curso o una clase hasta que terminamos, que pueda afectar positiva o negativamente al interés y al esfuerzo que los alumnos ponen en aprender; que las autoridades responsables de la educación promoviesen las condiciones más favorables para el desarrollo del proceso educativo y que los padres pensásemos qué formas de actuar en relación con nuestros hijos pueden contribuir a su motivación o a su desmotivación. Me voy a detener en estos últimos y les voy a hacer trabajar un poco.

Posiblemente la motivación no depende sólo de formas aisladas de actuación con nuestros hijos; sin embargo, este psicólogo educativo nos propone que como padres nos hagamos algunas sencillas preguntas que repercuten en la motivación. ¿Hablamos con nuestros hijos de lo que hacen en el colegio? Si lo hacemos, ¿Qué preocupaciones y valores revela lo que decimos? ¿A qué damos más importancia, a la calificación, a que sean los mejores, a que comprendan y aprendan, a que sean felices con lo que hacen? A la hora de ayudarles para hacer los deberes, ¿Les decimos que pregunten al profesor, les resolvemos las dificultades, les ayudamos a que las resuelvan ellos?

Dentro de la vida familiar, ¿Hacemos algo que pueda considerarse como ejemplo de interés por aprender y que les sirva de estímulo, o más bien no somos un ejemplo de curiosidad y esfuerzo?, ¿Damos todo a nuestros hijos, de modo que no sientan la necesidad de esforzarse para conseguir lo que desean? ¿Les damos libertad absoluta para estructurar su tiempo y su trabajo o establecemos normas para estructurar su actividad? ¿Qué normas de disciplina rigen en nuestros hogares?

Maccoby y Martin establecen cuatro estilos educativos teniendo en cuenta dos dimensiones: la exigencia paterna: control fuerte vs. control relajado, y la disposición paterna a la respuesta de las necesidades de los hijos e implicación afectiva: reciprocidad, afecto vs. no reciprocidad, no afecto.

a) Estilo autoritario-recíproco: el control paterno es firme y razonado, partiendo de la aceptación de los derechos y deberes de los hijos, pero exigiendo que los hijos respeten también los deberes y derechos de los padres.

La implicación afectiva de los padres se expresa en la disposición y prontitud de los padres a responder a las necesidades de los hijos y en el interés de los padres por mantener el calor afectivo en sus relaciones con los hijos. Con progresivas llamadas a la madurez de los hijos. Se promueve gradualmente la autonomía personal de los niños.

La reciprocidad se ejercita especialmente en la comunicación frecuente bidireccional y abierta.

Según los estudios este estilo educativo proporciona altas puntuaciones en los siguientes efectos socializadores: autoconcepto realista y positivo; autoestima y autoconfianza equilibrada; combinación de obediencia-iniciativa personal; creatividad; responsabilidad y fidelidad a compromisos personales; competencia social y prosocialidad (interacción cooperativa con adultos e iguales, altruismo y solidaridad; disminución, tanto en frecuencia como en intensidad, de conflictos padres-hijos; motivación de logro, manifestada en mejores calificaciones.

b) Estilo autoritario-represivo: control paterno rígido minucioso y excesivo. Las normas se fundamentan en "porque lo digo yo" y se inhibe en los hijos cualquier intento de ponerla en cuestión. Recurren menos a las alabanzas y más a los castigos.

Si bien la implicación afectiva en las necesidades de los hijos es intensa, son los padres los que definen estas necesidades sin que sus hijos intervengan.

La falta de reciprocidad se expresa en una comunicación unidireccional y cerrada caracterizada por la exclusión del punto de vista de los hijos.

Los efectos socializadores de este estilo son menos positivos que los del estilo anterior, ya que aparecen puntuaciones más bajas en: autoestima y autoconfianza; autonomía personal y creatividad y competencia social. En este estilo educativo hay mayor riesgo de que algunos de estos efectos socializadores positivos sean a corto plazo y se rompan al llegar la adolescencia; entonces aparece la rebeldía de manera particularmente llamativa y en algunos casos explosiva, ante lo cual, los padres se muestran sorprendidos por el distanciamiento de sus hijos.

c) Estilo permisivo-indulgente: los padres no resaltan la autoridad paterna. No establecen normas precisas ni en la distribución de tareas ni en los horarios (hora de llegar a casa, de las comidas, tiempo y programas de televisión, etc.), y acceden fácilmente a los deseos de los hijos.

Son tolerantes en cuanto a la expresión de impulsos, incluidos los de ira y agresividad oral; los padres van cediendo poco a poco ante la presión de los hijos.

La implicación afectiva es alta; les preocupa la formación de los hijos y atienden y responden a sus necesidades, pero son los hijos los que acaban dominando las situaciones.

Los efectos socializadores de este estilo educativo son en parte positivos y en parte negativos, si bien, un control laxo producirá con más probabilidad que en otros estilos falta de autodominio, falta de autocontrol y falta de logros escolares, así como riesgo mayor de desviaciones de conducta (drogas, alcoholismo) que en los estilos anteriores.

d) Estilo permisivo-negligente: no existe implicación afectiva en los asuntos de los hijos Normalmente los padres están absorbidos por otros compromisos y reducen la responsabilidad paterna a sus mínimos. Dejan que los hijos hagan lo que quieran, con tal de que no les compliquen la existencia. Si sus medios se lo permiten, tranquilizan su conciencia con mimos materiales (a veces es el padre el que trata de conseguir el afecto a través de "compras" y regalos), pero se da un desentendimiento educativo.

Los hijos de hogares permisivo-negligentes presentan los peores efectos socializadores en: autoestima, autoconfianza, asertividad y autorresponsabilidad, autodominio y más probabilidad de trastornos psicológicos y desviaciones graves de conducta (drogas, alcoholismo). En lo escolar, poco sentido del esfuerzo personal y bajos logros. Los hijos, al no encontrar apoyo afectivo en los padres, lo buscan en grupos de iguales caracterizados generalmente por la subcultura anti-escuela, por el alejamiento del hogar y por la búsqueda de diversiones evasivas que pueden ser peligrosas.

Después de esa pequeña descripción de estilos educativos y a la vista de sus efectos, quizá merezca la pena pensar a cuál pertenecemos y qué podemos hacer de otra manera para que nuestros hijos están más motivados por aprender y por esforzarse. Las relaciones afectivas vividas en la infancia y en la adolescencia van a influir decisivamente, a la hora de canalizar nuestra posterior vida afectiva y educativa. No digo que sea fácil, al contrario, pero merece la pena y estamos a tiempo. De ello, seguiremos hablando en los siguientes encuentros.