He recordado el título de la otrora famosa, y hoy casi olvidada, novela de Ángel María de Lera a la vista de lo que está sucediendo con la crisis del coronavirus. Y de lo que podrá suceder mañana, dentro de un ratito o en los próximos minutos, porque las cosas cambian a tal velocidad que es imposible dominar la actualidad. Lo que vale para ahora mismo se ha quedado viejo en un suspiro. Y porque el miedo se está enseñoreando de una sociedad, la supuestamente global, que se creía protegida intocable, invencible, que solo podía ya avanzar, ir hacia adelante, a lomos de las supertecnologías, los G-5 y sucesivos "Ges", la inteligencia artificial, y los bichos (y aquí entran todos los aparatos presentes y futuros) de ultimísima generación. Cunde el pánico y cuando no, la desconfianza, ese escalofrío anímico que suele acompañar a la inseguridad, al temor al vacío, a las dudas ante el mañana.

¿Hay razones para que esos clarines del miedo suenen y suenen y suenen en todo el mundo y cada vez con más fuerza? Los expertos dicen que no, que el coronavirus es poco más que una gripe y que, de momento, su mortalidad es menor que la que causa esta conocida enfermedad que acostumbra a visitarnos en invierno y que nos deja su tarjeta de visita en cuanto bajan las temperaturas. Pero, a la vez, la Organización Mundial de Salud (OMS) eleva de "alto" a "muy alto" el riesgo de propagación y los médicos no acaban de descubrir por qué está infectado, por ejemplo en Sevilla, alguien que ni estuvo en China ni en Italia ni en contacto directo con gentes procedentes de estos países. Constataciones e incógnitas que no hacen sino aumentar esa sensación de posible peligro que nos acompaña cuando desconocemos lo que nos espera o puede esperarnos, es decir, cuando no dominamos la situación.

Y a esa sensación contribuyen sin duda las llamadas redes sociales, que, en muchos casos, tendrían que denominarse redes antisociales. Son un gran invento, nadie lo niega, un medio de comunicación y opinión rápido, potente, cercano, pero, ¡ay! la cosa cambia cuando se usan para lanzar bulos, mentir, manipular, crear artificialmente terrores, desprestigiar o dar pábulo a teorías absurdas. Y cambia mucho. Esas redes, o parte de ellas, se convierten en un arma de destrucción masiva de todo lo que se le ponga por delante, en un virus dañino y difícil de atajar. Siempre habrá alguien dispuesto a creer, y hacer suya, cualquier supuesta noticia difundida por esa vía. "Lo he visto en Internet", se escucha a menudo. Oiga, como si Internet y quienes se asoman a él fueran la Palabra de Dios, la Biblia, lo indiscutible. Y esa "noticia" o comentario, por trolero que sea, adquiere visos de realidad. Y, hala, a compartir, a difundir, a añadir nuevas chorradas, a inventar, reinventar y a seguir inventando. Y vuelven, claro, a sonar, con más fuerza aun, los clarines del miedo. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que hay que tomarse muy en serio lo del coronavirus y sus consecuencias. Especialmente cuando va saltando de país a país y de continente a continente sin que las medidas aplicadas lo frenen. La inquietud aumenta al saber que ya ha llegado a África, a naciones con un sistema sanitario mucho más débil y desabastecido que el de occidente. Sin embargo, y paralelamente, los propios expertos y autoridades de toda laya y condición advierten contra el grave peligro de una psicosis de pánico que complique las cosas. Y se está notando. Hay personas que, alarmadas por las noticias y por el comentado Internet, acuden a hospitales y centros de salud o llaman al médico en cuanto tosen un poco y creen tener fiebre. De ahí a colapsar las urgencias media un paso. Ministerio y comunidades autónomas ya han tenido que cambiar los protocolos (y la forma de dar las noticias) para evitar estos problemas. Y no faltan voces que aseguran que ya hay más miedo al miedo que al propio coronavirus.

De modo que ni restar importancia al asunto ni considerarlo el inicio, o anuncio, del fin del mundo. (Verán cómo no falta alguna secta que aprovecha para hablar de la llegada del Apocalipsis). Ya vivimos algo similar con las vacas locas, la gripe aviar y aquí seguimos. Lo que sí va a ser un palo gordo es el económico, especialmente en el sector turístico, que tiembla ante las cuarentenas, los cierres de fronteras y demás. Eso sí que puede marcar un antes y un después y dejar muy tocada a una sociedad que no estaba preparada para tal cornada y que tenía esperanzas de ir saliendo poco a poco de una de sus crisis cíclicas. Habrá que ir pensando en refundar, otra vez, el capitalismo. O en rezar. Por cierto, si el coronavirus y el miedo van en aumento, ¿podría suspenderse la Semana Santa?, ¿alguien lo ha pensado? Uf.