Esta nueva etapa histórica que estamos viviendo basada en la denominada globalización, permite que todo esté interconectado entre sí. Igual que en cuestión de segundos sabemos lo que ocurre en cualquier lugar del planeta, el mundo global también permite que se trasladen de un lugar a otro, lacras como guerras y terrorismo y enfermedades y epidemias que, de otra forma, estarían localizadas en el lugar del epicentro. Es lo que ha ocurrido con el coronavirus. 'Nació' en Wuhan, la extensa capital de la provincia Hubei, en China central y a día de hoy está viajando por la práctica totalidad del mundo.

Da la sensación de que el coronavirus ha venido para quedarse. Me lo ha dicho mi médico de cabecera, Antonio Santos Bartolomé. Por lejos que nos parezca Wuhan, nadie está libre de contraer una enfermedad que ha enseñado sus zarpas desde el principio y que ya se ha cobrado demasiadas víctimas, deja cada día demasiados contagiados y el miedo metido en el cuerpo, también de los que ven el coronavirus como algo lejano. No hay que ser alarmistas pero tampoco podemos tratar el asunto del coronavirus como una frivolidad. Todo el mundo parece estar preparándose para lo peor. Es como si lo peor estuviera por llegar. No sé qué puede ser peor que la muerte. España contabiliza ya, cuando esto escribo, 25 casos de covid-19. No estamos a la altura mortal de Italia, desde donde nos han llegado algunos de los infectados que hoy atiende la sanidad española, muy bien preparada ante estas y otras emergencias sanitarias, pero tampoco estamos libres de que se propague más y más.

Incluso los deportes corren el riesgo de sufrir un parón. El Comité Olímpico Internacional no descarta cancelar los Juegos Olímpicos de Tokio. Se han dado tres meses de plazo pero como la epidemia no retroceda, tengo para mí que todo lo demás deberá retroceder para dejar paso a la prudencia. Lo que no logro entender es que a pesar de las advertencias, por mucho que ni la Organización Mundial de la Salud, ni la Unión Europea hayan emitido orden alguna de restricción, la gente siga viajando como si nada, especialmente a países de Oriente donde son claras las zonas de riesgo. China en su totalidad, Corea del Sur, Japón, Singapur, Irán, cuatro regiones del norte de Italia a saber: Lombardía Véneto, Piamonte, Lazio y Emilia Romaña.

No viajar a esos lugares es de vital importancia. El coronavirus no respeta a nadie. Parece que, de momento, sólo a los niños. No se sabe de ningún caso de contagio infantil. Son, sobre todo, las personas mayores con alguna patología, las que más cuidado deben poner. Puertos y aeropuertos pueden ser, de hecho son, puertas de entrada del coronavirus que se resiste a abandonarnos, que parece haber venido para quedarse, que se está enseñoreando de pueblos y ciudades que aparecen desiertas, donde se cierran a cal y canto puertas y ventanas tratando de impedir lo que no se sabe muy bien cómo evitar, más allá de las convenientes medidas higiénicas, las mascarillas y la prevención.

Hasta ahora parecía que España se iba a mantener al margen. Pero la globalización ha hecho de las suyas. Canarias se ha llevado la peor parte, pero Madrid, Barcelona y puede que alguna ciudad española más, tampoco parecen librarse de tan molesto habitante que quiere empadronarse en países donde no es bienvenido. Cabe esperar que el problema remita y que nadie intente hacer hombrada alguna porque con los virus no se juega, se les combate y el covid-19 no es que esté cerca, es que habita entre nosotros.