Siendo niño me gustaba oír hablar a los mayores. En el salón de mi casa, en la fuente de la plaza. en la fragua, a la puerta de la cantina. No entendía nada pero aquella onda expansiva que llegaba a mis orejas llena de sonidos resultaba placentera. Será por eso que siento debilidad por las palabras.

Me gustan todas. Las estilizadas y limpias, las gruesas y pringosas, las crujientes y desvencijadas, las quebradizas y pejigueras. Las transgresoras, las proscritas. Las que presentan aristas, las pulidas. Las ardientes como "pasión", "clímax" y "espasmo", tanto como "huracán", "galerna" o "tempestad".

Me gustan las palabras contrahechas, las hoscas y ceñudas, las austeras, las exuberantes. Las atronadoras como "explosión" y "dinamita", tanto como "murmullo", "susurro", "rumor" o "bisbiseo". Las deleznables, como "prestamista," "usurero", "asesino" y "terrorista", tanto como "martirologio", "floripondio" o "brigadier".

Me gustan las altivas, las provocadoras, las ampulosas, las recién nacidas, las elegantes y respetuosas. Las inútiles del tipo "señoría", "reverendo", "ilustrísima" o "vuecencia". Las entrañables como "agricultor", "artesano" o "alfarero". Las vergonzosas, como "patera", "corrupción", "desahucio", "alambrada", "hambre" o "ablación". Las del tipo "cielo santo" o " cara guapa". Las floridas, como "margarita", "semillero", "florilegio", "campanario" o "trampantojo". Me gustan todas, absolutamente todas. Las incomprensibles, incluso, como "escatológico", "entelequia", "heurístico" o "paráclito".

Son como teas encendidas que nos fueran descubriendo imágenes y sensaciones por más que no siempre las veamos. Sucede que, como a cualquier pasión, a las palabras hay que dedicarles tiempo y cortejarlas sin desmayo, ser constantes en el galanteo para que su llama no se apague.

Me gustan las palabras oscuras, "azabache", "noche" o "mineral", tanto como "canícula", "destello", "lapislázuli", "albor" o "centelleo". Las perfumadas, como "tilo", "romero", "jara", "laurel" o "menta". Las imposibles del tipo "cortafríos", "desalmado", "claroscuro", "hierbabuena", "aguafuerte", "duermevela" o "parteluz". Las que se prestan a confidencias, como "celosía", "noviciado" ó "letanía". Me seducen las definitivas, las concluyentes, las que encierran en tres ó cuatro sílabas verdaderos tratados de personalidad, como "correveidile", "sabelotodo", "marimacho", "meapilas" o "lameculos".

Me gustan las palabras porque son el principio de las cosas, porque facilitan la comunicación, porque tienen su propia música, porque regalan imágenes a poco que estés atento, porque nacen del silencio. Pero si por algo me fascinan es por su componente revolucionario, y es que, a veces aflora su carácter agitador.

Sucede cuando la metáfora, más allá de la mera evocación, trasciende el verso y se transforma en denuncia social. Será ésta la razón, supongo, por la que la palabra "compromiso" me gusta, sin ninguna duda, infinitamente más que "indiferencia".