Los creyentes no podemos permitirnos caer en el activismo, como si lo único o lo más importante fuera el hacer (frente al ser), hasta el punto de perder el sentido de lo que hacemos. Dice la sabiduría popular que "hay dos días importantes en tu vida: el día que naciste y el día que descubriste el sentido de tu vida". Ese cuidado de nuestro interior es una de las bases esenciales que el Papa Francisco no se cansa de pregonar.

La Evangelii gaudium dedica un amplio apartado final a la espiritualidad que es tanto como decir que sin eso no vamos a ninguna parte con todo ese luminoso plan de ruta que él mismo propone para la acción de la Iglesia en los próximos años. De forma semejante ocurre en Amoris laetitia: sin una verdadera espiritualidad es más fácil que se frustre el amor de pareja. Lo mismo sucede con el cuidado de la creación que tan amplia y bellamente plantea en Laudato si: solo será posible desde una honda espiritualidad. Todos estos necesarios itinerarios que nos regala el Papa encuentran su culmen en esa sencilla encíclica, netamente de espiritualidad: Gaudete et exsultate. El núcleo de ese programa de vida que ahí se plantea sigue siendo el mismo que Cristo empezó a ofrecer a los suyos (y en ellos a nosotros hoy), es decir, las bienaventuranzas: ser pobre en el corazón, reaccionar con humilde mansedumbre, saber llorar con los demás, buscar la justicia con hambre y sed, mirar y actuar con misericordia, mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, sembrar paz a nuestro alrededor y aceptar el camino del Evangelio aunque cause problemas. En resumen: la espiritualidad cristiana tiene un rostro bien concreto que es y se llama Jesucristo. Hasta la exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia que acaba de salir a la luz en estos últimos días tiene ese mismo trasfondo; y sin dar pábulo a una serie de temas pretendidamente "revolucionarios".

Los católicos no podemos vivir en una espiritualidad autoreferrencial, autocomplaciente con todo lo que hacemos, huérfanos de Cristo, al que se sustituye por una filantropía que flaco favor hace a nuestros contemporáneos si oculta o no ofrece la Fuente que mana y corre. Como a aquel mal afamado de Zaqueo, también el Señor Jesús nos dice a cada uno: "Hoy quiero hospedarme en tu casa" (Lc 19, 1-19). Dejemos que se haga explícitamente presente en este "hogar común" que Él mismo nos ha dado (para disfrutarlo y cuidarlo). Que sea Él quien presida esta "fraternidad universal" pues para eso es nuestro Hermano mayor. No nos quedemos en una acomplejada espiritualidad que le cuesta decir "Jesucristo". Dejémonos sorprender por Él; también nos lo pedía el Papa en la última Nochebuena.