A raíz de lo dicho en mi anterior artículo, sería necesario un cambio en el concepto político que plantease atajar la repartición desigual del patrimonio, eje central de las injusticias económicas. Para ello, sería necesario caminar hacia un socialismo participativo que redujera las desigualdades y pudiera financiar un estado del bienestar más avanzado, incluyendo una renta básica garantizada. Esto supone un reajuste social importante que costará un gran esfuerzo asimilarlo, para lo que se necesita un gobierno fuerte, cosa que no sucede en los tiempos que corren. De momento lo que hay son tímidos planteamientos y una derecha dispuesta a incordiar todo lo posible sin aportar nada fiable.

Partiendo de la situación actual en la que nos encontramos y olvidando por ahora viejas utopías, se observa que la tendencia a la centralización de servicios en las ciudades ha continuado, y aún en estos momentos perdura, agravando la situación y favoreciendo el goteo interminable de gente que emigra. A esto hay que añadir la situación particular de cada pueblo, que en algunos casos es deplorable, de abandono absoluto, con una gran incapacidad para la gestión, pues no hay ninguna entidad local menor que tenga capacidad y recursos económicos para promover viviendas, ni poder atraer a posibles inquilinos. Y esto se agrava aún más, porque el propio sistema capitalista ha generado un consumismo radical que implica la idea de que la vida es más llevadera y ventajosa en la ciudad que en los pueblos, debido sobre todo a la acumulación de servicios en la urbe. En mi infancia recuerdo que los que se ocupaban de los servicios sociales vivían en el pueblo, algunos con viviendas facilitadas por la propia administración, era fácil ver convivir a médico, practicante, maestros, alcalde, secretario del ayuntamiento, cartero, veterinario, guardia civil (donde había cuartel), guardería del campo...

Tradicionalmente se ha mantenido la ilusoria idea de que para salir de la situación de despoblación era necesario tener mejores comunicaciones y más industrias, teoría que los políticos locales de turno, con la complicidad de los políticos nacionales, han alimentado más como política de distracción que como intento de solucionar el problema. Que hay que mejorar las comunicaciones y generar empleo, es algo evidente, pero está comprobado que esta no es la solución, aunque puede ayudar a paliar el problema. Son algunos los pueblos donde estas demandas están razonablemente atendidas y año tras año pierden población sin que nadie acierte a remediarlo. Y para demostrarlo voy a poner algún ejemplo de la comarca que más conozco por cercana, la de Benavente, pero que puede servir para otras zonas.

En Benavente se encuentra uno de los nudos de comunicación más importante de España, con un gran número de autovías y buenas carreteras, vendido hasta la saciedad por políticos de primera y segunda fila, sin embargo la despoblación sigue implacable no sólo en la ciudad, sino también en la comarca. En esta zona se encuentra el polígono industrial más importante de la provincia de Zamora (en Villabrázaro) y después de haberse terminado hace varios años no han sido capaces de atraer a alguna empresa para que se ubique allí. En estos momentos, y después de tantos años de su construcción, se está instalando una empresa maderera, otra de aluminio y desconozco si lo está haciendo alguna más. Algún político vendió la posibilidad de que una empresa alemana de la entidad de TELSA pudiera recalar en Zamora, hoy ya se sabe que en ningún momento se planteó su presencia en nuestra provincia, fue un burdo planteamiento que hicieron instituciones y partidos políticos locales para captar votos sin el menor escrúpulo y, claro está, ya pasó al olvido. Y la empresa se quedó en Alemania. Sin embargo, ni se ha oído ni se ha realizado el más mínimo análisis de por qué no somos capaces de atraer empresas a nuestros polígonos. A esto hay que añadir que en Benavente, con su pésima gestión urbanística a lo largo de muchos años, se ha destrozado el centro histórico y comercial con su política de expansión urbanística, y la Junta de Castilla y León sin poner freno a tanto desmán.

Como paradoja, para aquellos que afirman que la industria es la única solución, es curioso observar cómo en un pueblo se crea una empresa de más de doscientos trabajadores y la tendencia sigue siendo el decrecimiento poblacional. Ni siquiera esto sirve para fijar población. Ni Ayuntamiento, ni Diputación, ni Junta de Castilla y León han mostrado una especial sensibilidad en situaciones que no se pueden desaprovechar, como ha sucedido en Santa Cristina de la Polvorosa, pueblo al que he dedicado buena parte de mi vida. Ya vendrán tiempos mejores, dicen, pero la verdad es que la situación es angustiosa y nuestro campo no mejora.