Con el título de "El diamante despreciado" publicaba un artículo, en este mismo periódico, en diciembre de 2002, refiriéndome a la obra de Baltasar Lobo que permanecía almacenada tras la donación del autor en 1986, y la posterior de su familia, seis años después, con el compromiso de exponerlas en un museo en el plazo de tres años. Habían trascurrido, pues, cuando escribí aquel artículo, diez años desde la fecha que se había adoptado tal compromiso, o lo que es lo mismo, siete años después que el museo debería haber estado funcionando.

Pero lo cierto es que, en aquella fecha, aun no se había hecho nada al respecto. Era el año en que el entonces alcalde de Zamora, Antonio Vázquez, y el presidente de la Diputación, Fernando Martínez Maíllo, jugaban al escondite para ver quién era el que ponía el solar o el local que mejor se adaptara a aquel fin. Y aunque ambos pertenecían al mismo partido político (El Partido Popular), parecía que fueran encarnizados enemigos, porque no se ponían de acuerdo, y raro era el día que alguno no lanzaba balones fuera.

Cuando, por fin, en 2003, concluyeron que debía ubicarse en El Castillo, Vázquez encargó el proyecto al arquitecto Rafael Moneo, con la idea de que continente y contenido constituyeran un todo que sirviera para atraer turismo. Y al arquitecto le gustó la idea, y se puso a trabajar en ello. Y, en algún momento, llegó a presentar una maqueta del proyecto.

Se obtuvieron fondos europeos, próximos a los siete millones de euros, para acometerlo. Y empezaron las obras de acondicionamiento de la fortaleza, saneando el recinto amurallado, y extrayendo toneladas de tierra hasta llegar a los cimientos originales, Y en noviembre de 2006, el concejal de cultura, Prada, anunció que se abriría el museo en el segundo semestre de 2008.

A partir de ese momento quedó paralizado el proyecto. De nada sirvió que Moneo, a la vista de los descubrimientos arqueológicos, consecuencia de las excavaciones, se comprometiera a modificar su idea primigenia del proyecto. Llegó a decir que a Lobo "Zamora se lo debe, y a mí me gusta mucho su obra". Tampoco fue considerada la propuesta que hiciera en enero de 2009, de levantar una cubierta acristalada y ganar espacio bajo los jardines, con la idea de continuar adelante. Y todo se quedó tan a media luz que la vela se fue apagando. No obstante, Moneo no se dio por vencido, y con ocasión de un viaje hecho a nuestra ciudad, en mayo de 2012, manifestó "Me siento frustrado por no haber acabado lo que empecé y me gustaría poder intervenir y seguir ligado a Zamora". Pero tampoco sirvió de nada el ofrecimiento del brillante "Príncipe de Asturias de las Artes" y premio "Pritzker", porque nadie se llegó a dar por aludido, de manera especial la alcaldesa Rosa Valdeón, que por entonces se encontraba en su segundo mandato.

Y fueron pasando los años, sin que del museo se dijera nada. Solo los partidos políticos lo iban sacando a colación en las campañas electorales por razones obvias, mientras los movimientos sociales y culturales proponían ubicaciones diferentes al previsto originalmente. Nadie volvió a acordarse del primitivo sitio, el de El Castillo, que tanto había costado poner a punto. Se habló del antiguo edificio de la Diputación, del Consejo Consultivo, del edificio que en su día ocupara el Banco de España, como también de algunos otros. Pero, lo cierto es que nadie tomaba las riendas para retomar el proyecto. Y así, fue pasando el tiempo hasta que, el pasado año, Francisco Guarido propuso ubicarlo en el Ayuntamiento Viejo, alegando que iba a quedarse vacío cuando la policía municipal hiciera su traslado a las nuevas dependencias. Así se evitaría continuar pagando el alquiler de La Casa de los Gigantes, que es la segunda sede "provisional" por la que ha pasado el mini museo. También informó que había encargado un anteproyecto para que, con una pequeña inversión el antiguo edificio pudiera acoger la obra del escultor de Cerecinos de Campos.

Y nada más hacerlo público, de manera inmediata, los partidos de la oposición se despertaron oponiéndose a ello, aunque eso sí, sin ofrecer alternativas al respecto. Porque, si bien es cierto que los 900 metros cuadrados que alberga el Ayuntamiento (El proyecto de Moneo alcanzaba los 2.300 m2) no son suficientes para acoger la mayor parte de las obras, no es menos cierto que es más amplio que el actual, que solo cuenta con 600 m2, de manera que, en cualquier caso, algo se habría ganado.

Y a partir de ahí, el tradicional mareo de que si allí, que si allá, y que si acullá, no ha cesado ni un momento, porque todo el mundo tiene alguna idea sobre donde debe ser ubicado, aunque eso sí, sin indicar de donde saldrían los fondos para afrontar el proyecto, que es donde se encuentra el quid de la cuestión, porque sitio, lo que se dice sitio, no es lo que falta por estos pagos.

Han transcurrido 34 años desde que empezaron a llegar las esculturas de Lobo a Zamora, y 25 desde que la ciudad se comprometió a exponerlas en un museo, y todo está aún por hacer. De manera que estamos de nuevo como al principio, como en el caso del "día de la marmota", dándole vueltas sobre donde ubicar la obra. Hacerlo en el Ayuntamiento Viejo, sería su tercer asentamiento en la ciudad, aunque quizás no fuera tan trágico que el "diamante despreciado" continúe su periplo en un edificio del S.XVII, mientras continúa esperando el momento de conocer el dónde, el cómo, y el cuándo de su ubicación final.