Es una pena que ninguno de los responsables políticos europeos haya podido asistir a las jornadas que, organizadas por La Opinión - El Correo de Zamora, han puesto sobre la mesa los problemas y temores a los que se enfrenta el medio rural español. Lo que nos está pasando en la España vacía en general (y en La Raya en particular), es un anticipo del mundo que divisamos a poco que fijemos la vista en el horizonte.

Para entender este mundo que viene es importante conocer de dónde venimos y cuál es nuestro contexto. La gente lleva siglos yéndose a las ciudades. Este proceso que vació la España interior a lo largo del siglo XX se dio con gran intensidad en la Francia y la Inglaterra del siglo XVIII: muchos campesinos emigraron en masa a París y a Londres huyendo de muchas cosas. Huyendo del hambre, por ejemplo (no se entiende la emigración irlandesa del siglo XIX sin ella), como en otros países huían de la violencia (los judíos en la rusia zarista, por ejemplo). Jóvenes y pobres, las dos categorías que son las que han emigrado en mayor número a las ciudades. Nada nuevo bajo el sol, por lo tanto. Hasta ahora, la mayor parte de la gente no se iba tanto por fascinación como por obligación: "aquí no hay futuro", era una de las frases más repetidas mientras muchos se subían a la furgoneta de camino a la ciudad a iniciar una nueva vida. Por el camino, nos hemos vaciado. Literalmente. La provincia de Zamora tenía más habitantes que la de Vizcaya en los años sesenta del siglo XIX, pero llegó la modernidad en forma de desarrollo y la España interior se fue quedando vacía. Esto no se ha considerado un problema hasta hace pocos años, recordándonos que los problemas sociales no existen de manera objetiva ahí fuera, sino que son construcciones culturales que cada generación ha de afrontar. Que ahora esté en la agenda de los políticos (aunque sea con el horroroso nombre de la "España vaciada") es un primer paso para intentar abordar el problema de manera adecuada. Se ha de partir de una consideración fundamental: sabemos muy poco de los grandes procesos migratorios que se producen y, cuando nos acercamos a ellos, se nos escapan como granos de arena entre los dedos. A partir de la humildad, es más fácil diseñar políticas públicas y entender que el primer cambio por el que tenemos que luchar es un cambio cultural. Hay que cambiar el imaginario colectivo porque asociar lo rural a lo atrasado es demoledor, y si eso no se cambia, no conseguiremos nada. Si lo urbano es lo cívico y civilizado y lo rural lo primitivo y lo paleto, nos moveremos en un marco mental hostil. Las cosas pueden cambiar, claro que sí: los españoles fueron los eficientes prusianos del sur durante siglos hasta que el negro estereotipo romántico -una pesadilla de la que aún intentemos despertar- nos convirtió en una nación exótica, atrasada y casi oriental. Los vascos, sin ir más lejos, eran célebres hace pocos siglos por el hambre que pasaban y lo mal que comían y hoy estamos convencidos de que las sociedades gastronómicas bilbaínas vienen todas del Medievo.

Otra estrategia fundamental pasa por deshacer la frontera. El Estado nación no fue una buena idea para las tierras de La Raya: condenados a vivir de espaldas a nuestros vecinos, las limitaciones comerciales durante décadas han generado sociedades culturalmente lejanas pese a su cercanía geográfica. Elaborar un imaginario cultural compartido es clave para ampliar espacio vital y laboral. ¿Para cuándo titulaciones dobles que se puedan estudiar entre Zamora y Braganza? ¿Para cuando intercambios escolares entre los niños de ambas zonas?

Otro buen elemento con el que trabajar es el de dar luz verde a una Carta de Derechos Mínimos de las personas que viven en el medio rural. Una Carta que dé seguridad a las personas, a sus decisiones y a sus inversiones. ¿Qué puedo esperar si mañana me voy a vivir a Puebla de Sanabria, o a Fermoselle? ¿Tendré pediatra para mi hijo? ¿Voy a poder conectarme a Internet? El ferrocarril: ¿va a estar solo dos años y nos lo van a quitar en la próxima crisis (urbana)? Garanticemos derechos, porque es la mejor manera de que cada persona pueda desarrollar su proyecto vital donde quiera.

Aristóteles enseñaba que una ciudad "está formada por diferentes tipos de hombres: gentes semejantes no pueden darle existencia". La globalización y la mejora en el transporte hacen que esta diversidad pueda darse ya fuera de las grandes ciudades. Y si es verdad que hasta hace pocos años solo la ciudad te liberaba del "yo simple" y predeterminado al que estabas condenado en el mundo rural, las cosas han cambiado mucho. Trabajemos con esta la complejidad, y no reneguemos de ella.

Europa es un continente cada vez más envejecido y que irá perdiendo población si no lo remedia la inmigración. Uno de los escenarios más inquietantes que se nos presenta a los europeos es el de vivir, en pocos años, en países cuyo único futuro sea el pasado, condenados al turismo de fin de semana y viendo cómo nuestros hijos se van a trabajar a Asia o a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades laborales. Harían bien los europeos en entender lo que nos pasa porque, en un futuro cercano, estarán haciéndose las mismas preguntas que hoy nos hacemos los zamoranos. Luego que no digan que no se lo advertimos.

(*) Politólogo y director de Asuntos Públicos de Attrevia