Comí con un amigo rico que cuando llegó la cuenta se hizo el distraído. Pagué yo, claro, para no crear una situación incómoda. Es sorprendente la facilidad con la que los ricos se dejan invitar por la clase media. De hecho, su riqueza proviene en gran medida de las plusvalías que obtienen de nosotros, que adelgazamos al ritmo con el que engordan ellos. Todos los estudios económicos coinciden en que, durante lo que venimos llamando crisis, los ricos se han hecho más ricos y los pobres más pobres.

No se trata de una casualidad: se llama "transferencia de renta".

Iba yo paseando por el parque con los auriculares puestos, sin meterme con nadie, cuando un tertuliano dijo que mucho cuidado con lo que hacíamos con la Reforma Laboral que tanto bienestar ha producido. No dijo quiénes habían sido los agraciados de esa bonanza, lo que me sorprendió y no me sorprendió. Hay últimamente asuntos que me sorprenden y que no me sorprenden a la vez.

Me sorprende que yo invite a comer a un rico, pero al mismo tiempo me parece normal. En ocasiones lo normal se manifiesta envuelto en la sorpresa y viceversa. Significa que el forro se convierte en funda y al revés. En otras palabras, que observo el mundo como si fuera el producto de una alucinación sin necesidad de psicotrópicos o alcohol: apenas un par de copas de vino en la comida y un gin-tonic, a la caída de la tarde, los días en los que coloco bien un adjetivo.

Hay gente a la que le resulta escandalosa una subida tímida del salario mínimo, pero a la que le parece normal que ese salario no dé ni para alquilar una habitación. Digo yo que, en todo caso, deberían escandalizarle las dos cosas, lo que implica la capacidad de convivir con dos ideas excluyentes sin que se apague la luz en el cerebro.

Pero vivimos en sociedades cada día más polarizadas cuando lo ideal sería construir universos estereofónicos, de modo que escucháramos los bajos por el altavoz de la derecha y los altos por el de la izquierda, o al contrario. Mi amigo rico pidió de primero bogavante a la plancha y de segundo, chuletón de Ávila. Yo, como me temía lo de la cuenta, dije que estaba a régimen y me conformé con la ensalada del chef. Se llama "transferencia de calorías".