El campo está pasando momentos muy malos. Nada nuevo. Viene sucediendo desde hace años y años sin que nadie ponga remedio y, lo que es peor (o tan malo) sin que una gran parte de la sociedad se dé cuenta de ello, como si los alimentos que consumimos saliesen de una pancarta supuestamente ecologista. Y los agricultores y ganaderos han vuelto a cansarse y han convocado movilizaciones de protesta. Quizás sea la última vez que lo hagan. Si nada cambia, a la próxima manifestación irán con bastones y engrosando las filas de los jubilados. En el campo ya solo quedarán lobos, jabalíes, ciervos, zorros, conejos y, los fines de semana, unos cuantos urbanitas de mochila, bocadillo vegano y prismáticos convertidos en defensores del medio rural y en garantes del equilibrio natural los sábados, domingos y fiestas de guardar. Entre todos habremos logrado la perfecta cuadratura del círculo: pueblos deshabitados; parcelas sin labrar; la fauna salvaje como reina y señora de tierras, sierras, huertas y viñas y más y más gentes en las ciudades para que puedan presumir de aire puro cuando se den un garbeo por lo que antaño tuvo vida propia. Eso sí, nadie dejará de presumir y alardear de que lucha sin desmayo contra la despoblación. ¡Ay, la España vaciada, cuántas bobadas se dicen en tu nombre y, de momento, que pocas cosas se hacen!

¿Por qué se movilizan estos llorones si viven bien, cobran la leche de subvenciones y trabajan lo justito?, se preguntan muchos de esos que creen que el campo es únicamente lo que hay entre ciudad y ciudad, un lugar romántico y bucólico con sus campesinos típicos, sus ovejitas, árboles, florecillas silvestres y algún que otro animalito suelto. Pues, precisamente por esta razón. Es, a mi juicio, la principal novedad de la tabla reivindicativa de las asociaciones agrarias. Piden, exigen, "Más respeto al mundo rural", "Dignidad para el campo", que cesen los ataques de ciertos sectores "anti-todo" y que no se criminalice a los agricultores y ganaderos. Parece mentira, pero hemos llegado hasta esos extremos, hasta el punto de que hay im-bé-ci-les posposposmodernos (o sea, medievales) que culpan a la abundancia de vacas (al parecer se tiran muchos cuescos) de la contaminación; que consideran la carne como uno de los jinetes de la Apocalipsis y, por tanto, hay que acabar con los ganaderos; que se preocupan más por la comodidad de los animales (se entiende que de cuatro patas) salvajes que de la supervivencia de los seres humanos en los pueblos y que, resumiendo, creen que los hombres y mujeres estorban en el campo; ocupan un sitio que ya pertenece a otras especies. Y de ahí a criminalizar a los del agro solo hay un paso. Y ya se ha dado. En ciertos ambientes, las gentes rurales ya no tienen buena prensa. Mandan conceptos más guays, más de despachos, más de la llamada sostenibilidad. ¿Cómo se va a sostener lo que estamos derrumbando o vamos a derrumbar? (De ahí mi miedo a eso tan rimbombante de la Transición Ecológica. Me temo que van a pagar los mismos).

Por eso, y por más cosas, se movilizarán las gentes del campo. ¿Es tan difícil comprender que soliciten respeto y dignidad para su profesión?, ¿es lógico que, detrás o encima de sus tractores, tengan que recordarle a la sociedad algo tan obvio como que son ellos los que garantizan la subsistencia de toda la población? Parece una perogrullada, pero es que muchos (y muchas, no se me cabreen Carmen Calvo e Irene Montero) han olvidado que alguien ha criado el pollo que comen, que alguien ha arado, sembrado, aricado y segado para que surja la harina del pan, que alguien ha podado, azufrado, vendimiado, prensado y embotellado para que puedan beber vino, etc, etc. Da la impresión de que sí, de que hay que recordarlo porque mucho personal ha roto ya los vínculos, que parecían eternos, con la naturaleza y piensa que con el coche, el ordenador, el móvil e Internet está todo resuelto.

Las asociaciones agrarias Asaja, COAG y UPA (¿para cuándo la unidad total de acción?) exigen también, claro, precios justos. Es la reivindicación de siempre, esa que nunca han conseguido. Como si fuera una maldición bíblica, los precios se estabilizan o caen. Algunos están como hace 30 años. ¿En qué sector sucede algo así? Con este panorama, ¿les extraña que se cierren al día dos explotaciones de vacuno en España, que emigren los labradores? Y más extraño aun: que la sociedad zamorana no se dé cuenta de lo que se juega esta provincia con la agonía rural. Y lo digo porque, hasta ahora, no ha sido solidaria con sus agricultores y ganaderos. A las manifestaciones pasadas solo han ido los del campo; los de otros gremios se han quedado en casa.

Tal vez haya llegado el momento de cambiar. Tienen ocasión de hacerlo el próximo día 30 de enero, jueves, a las 12,00 desde la Plaza de la Marina. El futuro nos lo agradecerá.