El Evangelio de hoy nos presenta el momento en que Jesús comenzó a predicar. El evangelista Mateo nos dice que se cumple una antigua profecía de Isaías: "El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande". Lo que sucedió fue algo muy sencillo, Jesús salió a los caminos y comenzó a predicar. Su mensaje era muy sencillo: "Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos". Al principio casi nadie le hizo caso. Apenas unos pocos pescadores, algunas mujeres y otras gentes sencillas. Jesús no era más que un judío marginal y sólo los marginados le hicieron un poco de caso.

La llamada a la conversión que Jesús realiza no es un cambio externo, de conducta, es dejarnos encontrar con ese Dios que nos quiere mejores y más humanos. Convertirse es algo gozoso, nos da el auténtico sentido de la vida, nos hace sentirnos amados de Dios e impulsados a ser testigos de su Buena Noticia para todos.

Jesús se acercó a los últimos. Nunca estuvo muy preocupado por el número de sus seguidores ni por su nivel social. Ni siquiera les puso las cosas fáciles. Sus primeras palabras, ponen frente al oyente una exigencia radical: "Convertíos" o lo que es lo mismo, "cambiad de vida". Pero algo encontraron en él aquellas gentes sencillas y humildes que le siguieron. Con dudas y vacilaciones, pero le siguieron.

Pedro, Andrés, Santiago y Juan son los primeros discípulos a los que el Señor llama, para que sean sus colaboradores, en la tarea de anunciar el evangelio. Ellos le siguieron con prontitud y generosidad, nunca olvidarían aquel encuentro con Jesús.

Seguir a Jesús es creer lo que él creyó, defender la causa que él defendió, mirar a las personas como él las miró, acercarnos a los necesitados como él lo hizo, amar a las personas como él las amó, continuar la obra apasionante comenzada por él y con él.

También hoy nosotros tenemos la fuerza de Jesús para hacer lo que él hizo. Primero, escuchar su mensaje y tratar de convertirnos, de comenzar a vivir de acuerdo con el Evangelio. Y, segundo, ser portadores de ese Evangelio para todos los que nos rodean. No hay que temer porque seamos pocos o pobres. Así es como Dios quiere hacer presente su mensaje en el mundo. En nuestras manos está.