Que la lengua es un organismo vivo es indiscutible y, por tanto, las palabras nacen, viven y mueren en función de las necesidades de la comunidad hablante de crear nuevas palabras o de dar por finiquitadas otras. Basta comparar el primer Diccionario de la lengua castellana, conocido como de Autoridades (1726-1739), con la última edición del Diccionario de la RAE (2014) para ver la cantidad de palabras que han desaparecido, o que han trasladado su significado, y el volumen de neologismos creados en estos casi trescientos años, por lo que no hay que escandalizarse por que aparezcan nuevas expresiones o significaciones, pues en ello radica el carácter orgánico e instrumental del idioma, servir para comunicarse una comunidad de hablantes.

Ahora bien, cuando se pone en circulación una expresión, si exceptuamos las muletillas, como el famoso "es que" madrileño, o la actual "en plan" de los jóvenes, es porque hay una nueva realidad que nominar, o darle a una ya existente una significación distinta, y es en estos casos en los que en el idioma, que no olvidemos es una creación humana, pueden mostrarse motivaciones más allá de la necesidad de nombrar algo.

Dos términos recientes han levantado polémica, desjudicializar y racializar, tanto porque ambas han tenido su nacimiento en sede política, y la segunda, incluso, en sede gubernamental, como por la dificultad, oscurantismo diría yo, de sus creadores para explicar exactamente qué es lo que quieren decir con dichas palabras.

Desde el nacionalismo catalán, luego asumido por el gobierno estatal, se ha insistido en el último año en la palabra desjudicializar, término que no está recogido por la RAE, pero sí podemos partir de una palabra que existe para intentar entender su significado, judicializar, "Llevar por vía judicial un asunto que podría conducirse por otra vía, generalmente política", de manera que utilizando el prefijo normativo des- estaríamos ante una derivación de fácil normalización y que significaría "Dejar de llevar por la vía judicial un asunto que podría conducirse por otra vía, generalmente política". Puestas así las cosas, no parece haber motivo ni para el asombro ni mucho menos para la preocupación, porque, sin duda, es función de la política solventar los problemas de la ciudadanía y no que tengan que resolverlos los jueces. Así pues, yo creo que todos podemos dar la bienvenida a este neologismo que insta a los políticos a hacer su trabajo y a no recurrir a la vía judicial para solventarlos.

Ahora bien, mucho me temo que nuestros políticos con esta nueva palabra están pensando más bien en despenalizar, palabra ya existente, pero poco correcta políticamente para lo que pretenden, en mi opinión, que determinados comportamientos realizados por los políticos, tan graves como la rebelión, la sedición y presumo que también les apetece la malversación, no el pensamiento, sino su ejecución, dejen de ser tipos penales. De ser como me temo, a la discriminación del delito según quien lo ejecute, porque estoy convencido que si quien comete uno de esos delitos es un ciudadano corriente los mismos políticos que ahora tan alegremente hablan de desjudicializar pedirían la pena máxima, se añadiría la cobardía de no atreverse a despenalizar esos delitos explícitamente para la clase política.

Lo de racializar presenta mayor dificultad. Primero porque cuáles y cuántas son las razas en la actualidad nada tiene que ver con las cinco que estudiábamos antiguamente en el colegio e incluso hay investigadores que niegan la existencia de razas humanas, y, segundo, porque decir que alguien está o no racializado ni siquiera quien la ha introducido en la comunidad hablante se atreve a decirnos su significado. Vayamos por partes. Estar racializado ¿significa pertenecer a una raza? Si así es, todos estamos racializados y, por lo tanto, poco parece que aporte este neologismo. Por ello, lo que me preocupa es que pueda significar pertenecer a cualquier raza excepto a una, la blanca, con lo que tendría sentido que Alba González, de raza blanca, haya tenido que ceder su puesto a Rita Bosaho, que estaría racializada por ser de raza negra. En cualquier caso, ya se irá perfilando el significado de este neologismo, si es que acaba consolidándose por la comunidad hablante.

Lo escandaloso es apelar a cuestiones raciales, con o sin neologismo, como condicionante para desempeñar un puesto de trabajo, además de alta cualificación política, cuando ya el artículo 14 de la Constitución española había establecido la no discriminación, entre otras, por la raza. Y si, para más sorpresa, donde se produce la alusión a la racialización es para cubrir la más alta representación de la Dirección General de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-racial, entonces, amén de inconstitucional, es una desvergüenza.

Bienvenidos sean los neologismos, prueba irrefutable de la vitalidad de nuestra lengua, que ya se encargará, como siempre, la comunidad hablante de determinar su vida y su muerte, pero cuando estos neologismos nacen, en mi opinión, con fines torticeros, o maquilladores de la realidad, o para, sencillamente, camuflar la verdadera intención, en este caso política, con la que se crean, entonces son un escalón más en el desprestigio de nuestra clase política y una nueva muestra de su absoluta falta de respeto a los ciudadanos que representan.

(*) Doctor en Filología

Hispánica