O lo que es lo mismo, los niños y las niñas no son ni de sus padres que los engendran y cuidan desde pequeños, ni de sus maestros que les enseñan en la edad escolar, ni de la calle donde aprenden a jugar primero y a relacionarse toda la vida, ni mucho menos de los políticos que hacen las cambiantes leyes educativas. Porque "para educar a un niño hace falta una tribu entera", como dice un proverbio africano que ha difundido el pedagogo José Antonio Marina.

Por eso el respeto al alumno y a la alumna es la primera lección de cualquier docente con una mínima vocación para su trabajo. Respeto a sus capacidades, a su personalidad, a su familia, a su cultura, a sus costumbres. Sin ese respeto es imposible educar. Y en mi experiencia profesional de treinta y ocho años como maestra y el resto de mi vida como alumna, mis profesores y mis compañeros han ejercido su profesión docente con ese respeto que en muchos casos es cariño hacia los niños y niñas que tienen la suerte de actuar con libertad y ser ellos mismos, digan lo que digan sus padres en casa, sus profesores en la escuela y el instituto, sus amigos y enemigos en la calle, la sociedad en la televisión y en las redes, y los políticos en las leyes.

Los niños y las niñas afortunadamente no son equipos electrónicos o informáticos que se inician con una tecla o un pin y se formatean a gusto del consumidor, sea éste un padre, maestro, diputado, madre, profesora o ministra de educación.

Así que el debate sobre de quién son los niños, si de los padres o de los maestros, si de la sociedad o la familia, si hijos de Dios -hasta el Papa ha intervenido diciendo que los hijos no son de los padres- o del diablo, es un absurdo precisamente de quienes como el diablo cuando se aburre o no tiene que hacer o ha perdido las elecciones, con el rabo mata moscas. Así que no hay que temer que puedan manipularlos ni siquiera sus padres y mucho menos las sociedad, porque los niños no tienen pin y las niñas menos si cabe, que son muy inteligentes todos y consiguen pensar por su cuenta y riesgo.

Desde siempre se ha pensado que la educación es la herramienta de manipulación de la sociedad para algunos, o de cambio de ésta para otros. Por eso su control ha sido objeto de debates y guerras educativas. Es cierto que el sistema educativo es distinto en diferentes tipos de sociedad, pero no responde sólo a la forma de Estado -más autoritario en una dictadura o más permisivos en una democracia-, sino también a la cultura en un sentido más amplio. De todos es conocido el nivel de exigencia y disciplina al que se somete a los niños en la educación en Japón, o el mayor grado de libertad individual de los sistemas educativos de los países escandinavos del norte de Europa. Los métodos de aprendizaje son también muy distintos a lo largo de la historia, aunque han ido evolucionando desde una concepción de los niños como seres inferiores por su edad a considerarlos personas con plenos derechos siempre: no son adultos pequeños sino seres humanos.

Pero con todo eso y con la aplicación de distintos idearios y métodos, al final cada niño y cada niña sale como sale: ¡todas distintas!, todos como ellos quieren, pese a su familia, su escuela, su sociedad y su gobierno.

Y la experiencia lo demuestra. Pese a los días de escuela como los de la canción de Asfalto: "Sentados frente a una cruz/ ciertos retratos/ entre bostezo y bostezo/ gloriosos himnos pesados / Dos horas de catecismo / y en mayo la comunión/ la letra con sangre entra/ ¡Otro capón!", muchos conseguimos que "Cuanto más me oprimían / ¡más amé la libertad!"

Tal vez porque tuvimos y seguimos teniendo buenos profesionales docentes que respetan y quieren a sus alumnos, y sacan lo mejor de cada uno de ellos aunque piensen distinto, aunque vivan de otra manera. Quizás en este momento sean los centros educativos uno de los mejores lugares para vivir y ser felices, porque hay respeto, hay justicia, hay igualdad.

Un ejemplo personal de ese respeto lo he vivido con mis hijas, que no iban a religión católica, pero eso no les impidió participar en actividades sociales como los nacimientos en Navidad, donde un año una fue la Virgen María. Eso sí, al año siguiente prefirió ser una ardilla porque podía estar dando volteretas cuando quería -era muy chiquita- mejor que como Virgen que tuvo que estar sentada todo el rato. Por cierto, mis hijas discutían entre ellas si había Dios porque lo decía la señorita o no lo había porque lo decía papá. Pensaban por su cuenta.

Todo esto y más para defender que el último invento del pin parental o de cómo desconfiar de los docentes de centros públicos y faltarles al respeto, no es más que una rabieta de perdedores que se quejan de que las actividades extraescolares van a manipular a sus hijos, pero no de que exista toda una red de centros católicos concertados y financiados por el dinero público que adoctrinan en una religión concreta.

Y que en el fondo, las guerras de educación no son más que guerra por el poder y por el dinero fundamentalmente. Eso es lo que les interesa: la guerra política y la ganancia de votos, en lugar de la libertad de pensamiento que ya existe.

Finalmente, a todos los docentes, compañeros y compañeras, a quienes en estos días os utilizan desconfiando de vuestra objetividad como profesionales en una lucha política, os recuerdo la canción de Patxi Andión, el Maestro: "Y ahora las buenas gentes tienen tranquilo el sueño, porque han librado a sus hijos del peligro de un maestro". "Con el alma en una nueve y el cuerpo como un lamento", no nos vamos, nos quedamos, los maestros...

Y las maestras que me educaron en aquel tiempo en que estábamos obligatoriamente los niños con los niños y las niñas con las niñas - y sobrevivimos- y no se habían inventado los LGTBI - y sobreviviremos al pin parental. (Y el título no es machista, sino irónico. Aclaro a los que lleguen hasta aquí).