Ante las acciones, declaraciones, gestos y omisiones de estos días, me ha venido a la memoria el genial ensayo "Apocalípticos e integrados", escrito, en 1964, por el italiano Umberto Eco. Fue todo un bombazo casi filosófico y una disección y explicación perfecta de la sociedad, de sus gentes y de un futuro que, entonces, apenas se intuía. Esta obra proyectó a Umberto Eco y por sí sola le hubiera valido un puesto en la historia y un prestigio inmaculado, pero 16 años después, en 1980, publicó uno de los mejores libros que he leído, la conocidísima "El nombre de la rosa", quizás el germen de la recuperación y el auge, que dura hasta hoy, de la novela histórica.

Y, claro, "El nombre de la rosa" eclipsó a "Apocalípticos e integrados" (no podía ser de otra manera). Actualmente, el primero sigue en la cresta de la ola, sobre todo tras la película con Sean Connery como protagonista, mientras que del segundo no se acuerda casi nadie. Pero "Apocalípticos e integrados" continúa vigente y se puede aplicar a muchos órdenes de la vida. Por ejemplo, a la situación política que vive España estos días y que amenaza con perpetuarse si alguien, especialmente la oposición y los independentistas catalanes, no bajan el nivel de crispación y se serenan un poco; aunque solo sea un poquito.

Ahí, en esos grupos (no, no meto a todos en el mismo saco, si bien se retroalimentan) tenemos el sector de los apocalípticos, que también podríamos llamar catastrofistas. Todo está mal y se pondrá peor; nada funciona; el caos, la descomposición, la ruptura de España, la muerte de la civilización occidental y de sus valores, el hundimiento económico, el aumento del paro y la llegada de la pobreza y el hambre...Apocalipsis en estado puro. Y no solo de los cuatro jinetes de la novela de Blasco Ibáñez, sino de todo un regimiento de caballería o de varios. ¡Si hubieran sabido de estas expresiones los autores del Beato de Tábara, seguro que habrían realizado varias maravillas más sin necesidad de fijarse siempre en los comentarios a la obra de San Juan Evangelista!

Así que ya tenemos a España desmoronándose, a Europa herida y al mundo a punto de fenecer, aunque esos apocalípticos nieguen el cambio climático, que parece que es, Trump e Irán aparte, el mayor peligro que nos acecha. Además, los apocalípticos tienen prisa por demostrar la verdad de sus teorías y predicciones. Nada de conceder cien días de gracia al nuevo gobierno (esperemos que, por fin, se confirme hoy y eche a andar mañana). Ni cien días ni cien minutos. Ni una frase amable. Ni siquiera una duda por muy negativa que sea. Todo certezas pesimistas, desastres, hecatombes. Les

oyes y te dan ganas de no levantarte de la cama, de esperar el Apocalipsis entre las sábanas mientras ves levantar la niebla. Ya ladrará el perro cuando se acerque el final. Porque lo que es incontestable es que ese terrible desenlace vendrá. Y vendrá pronto. ¡Cómo se van a equivocar ahora los apocalípticos si ya han acertado otras veces! Ya quedó España rota, destrozada y hecha cisco en los últimos años de Felipe González cuando Aznar olía la Moncloa y profetizaba males sin fin si él no llegaba al Poder. Y qué decir de lo ocurrido con Zapatero, otro radical especializado en entregar Navarra a no se saben quién. Si aquello sucedió, y no hace tanto, ¿por qué no van a venir ahora todas las catástrofes juntas y en poco tiempo? Y en esas estamos.

Los integrados ven las cosas de otro modo, aunque, en el caso de la izquierda, suele pecar de cierta ingenuidad. También ha ocurrido en anteriores ocasiones. Basta recordar el no reconocimiento de Zapatero de la crisis que estaba devorando la economía española y europea. Ahora, da la impresión de que Sánchez e Iglesias (y sus integrados) están convencidos de que podrán con todo (ministros sí van a tener para ello) y de que la derecha acabará recapacitando y colaborará en algo o, al menos, no será tan dura y cerril como ha demostrado en las sesiones de investidura y en las reacciones, airadas, broncas, a la formación del nuevo gobierno. El tiempo nos lo dirá de balde, pero permítanme que sea bastante escéptico. Los antecedentes no invitan a otra cosa y más con Aznar como mentor de Casado y con éste luchando con Abascal y Arrimadas a ver quien desenfunda y dispara antes.

De modo que tenemos a España dividida en apocalípticos e integrados y con pocos nexos de unión entre ambos bandos. Si alguien vendiera a buen precio cordura y sensatez, se forraba. Siempre que hubiera compradores, claro. Y no parece que abunden. Lo nuestro es pegarnos, aunque, por fortuna, ahora no sea a garrotazos. Ya lo pintó Goya. Y ahí sigue como una de sus grandes creaciones.