Acabada la Navidad, me permito con ustedes lo que pedía a mis alumnos el primer día de clase después de las vacaciones: un pequeño relato de las mismas, una redacción que fuese más allá de la fácil enumeración de los juguetes que entre Papá Noel y los Reyes Magos, habían dejado en casa.

Lo malo es que generalmente el tema no da mucho porque su espacio físico se reduce al ámbito familiar y los protagonistas suelen ser siempre los mismos, aunque en mi caso, como en el de muchos de ustedes, con ausencias que la ley de vida registra, entiéndase los padres, pero con nuevas presencias que la vida también depara: los nietos.

La Navidad es una música particular muy reconocible y, como el propio arte musical, su belleza reside en la alternancia de sonidos y silencios, éstos, a determinada edad, más prolongados de lo que desearíamos. Junto a bulliciosas alegrías de los presentes se abren, en determinado momento, mudas grietas de dolor por los ausentes.

Y si en la mesa echamos de menos la silla de los que faltan he de decir que también, gracias a la Navidad, veo a esos seres queridos en otro ámbito que es el Belén. Allí están, caminan hacia el Portal. Veo a mis padres en ese medio rural donde me trajeron al mundo. En aquel día me colocaron a mi como una figura parecida a las que se mueven con cierta gracia, no exenta de torpeza. Algún día perderé el movimiento y seré una figura auténtica de arcilla, de la materia bíblica en que fuimos hechos, para cerrar el ciclo de nuestra vida espiritual y material.

"Polvo seré, mas polvo enamorado", dijo el poeta. Parafraseando digo: Barro seré, a Belén caminando.

No sabemos el momento de ese retorno a la materia primigenia de la que provenimos. Cada año nuevo es una incógnita de alegrías y amarguras ocultas en el cesto de mimbre de los días por venir. El Belén nos recuerda nuestra fragilidad. Somos figuras en un decorado que no hemos elegido. Pero tenemos la suerte de que hay caminos hechos y sendas marcadas que nos llevan a un destino de esperanza.

Decía que mi redacción de las vacaciones se parece a la de mis antiguos alumnos, poco interesante de puertas afuera, porque si hay un tiempo para vivirlo puertas adentro es la Navidad cuyo programa es el más parecido del año en todas las familias. Con tema más para vivirlo que para escribirlo. Y sobre todo para cantarlo con los niños. Con ellos nos hemos dedicado a ver Belenes, entre otros entretenimientos que a su edad demandan. El Belén fue la primera aldea verdaderamente global. Es una tradición secular que sigue teniendo arraigo, como felizmente se constata en Zamora. También tiene esta bella tradición una lectura en el contexto actual: Dar visibilidad a un mundo que desaparece, el rural. Una despoblación que no queremos. Nuestros orígenes están ahí. Las raíces de la humanidad están en el campo. La madre naturaleza, como se decía antes, se nos muestra viva en el Belén.

Para muchos fue la primera contemplación que pudimos tener del microcosmos de nuestro lugar, de nuestro pueblo y de los pueblos del mundo. Una ventana al exterior del pequeño espacio doméstico en que nos estábamos criando.

Ahora la aldea global es otra cosa más difusa y extensa, y aunque hayan mejorado muchas condiciones económicas no sé si llamar a este mundo (próximo y alejado al mismo tiempo), la selva global o la jungla particular. De tanta velocidad la locomotora del progreso se está pasando de frenada en las estaciones de la compasión, de la ternura, de la generosidad que supera los derechos individuales tan reclamados con justicia.

El Belén es el mundo en miniatura, pero un mundo a la medida de las personas cuya figura prevalece sobre las casas y cosas. Nos fijamos en la gente: castañeras, molineros, lavanderas, pescadores, zagalas, pastores, soldados... Aquí veo a mis padres y mis seres queridos de quienes recibí el cariño y la compasión que las figuras mencionadas llevan para un Niño recién nacido en una familia necesitada.

Termino mi pequeña redacción deseándoles un feliz año nuevo como dice en francés la postal que acompaña al artículo. No es que quiera ser un snob señalando ese detalle, se trata de un recuerdo muy querido de quien escribe por haberla adquirido en mi primer viaje a París, muy cerca de Notre-Dame.

Que el amor pueda con todos los fuegos malignos y que nuestras vidas sean una catedral a prueba de incendios. Bonne année.