(...) y más te quiso dar y más te diera:

con la llama que libra de la muerte,

la eterna juventud por compañera.

Antonio Machado. Olivo del camino VI

Tenías nombre de rey mago y te gustaba ejercer de ello, pero..., que le vamos a hacer, tu nieto salió republicano.... Pude heredar tu talento -hubiera estado bien-, pero solo supe heredar tu chulería. Porque abuelo, las cosas como son, chulo eras un rato largo. Cuanto hubiéramos discutido estos días de gobiernos difusos, de esperanzas contenidas y homilías apocalípticas... Pero ya no estabas para mucha discusión -y además nos habían prohibido hablar de política-. Ya solo te quejabas de haber perdido habilidad o sonreías cuando la enfermedad te daba una tregua y eras capaz de reconocernos.

Nos malacostumbraste a tenerte; a saber que estabas; a pensar que estarías siempre... Naciste un viernes de abril, hace ciento cuatro años y algunos meses. Y te fuiste el pasado domingo con las nieblas de enero, la víspera de tu santo. Hasta para eso has tenido estilo. Siempre quisiste que el día que te despidiéramos nos juntásemos todos a celebrar la vida. Y eso hicimos (después de que Caronte te cruzase nuestra particular laguna Stigia -el río Duero- para llevarte al otro lado), comiendo el roscón que habíamos encargado para tu onomástica. Nos malacostumbraste tanto a estar siempre, que terminamos creyéndonos la quimera de que no te irías nunca...

Llegaste en plena Guerra Mundial, la primera del siglo XX. Viniste al mundo un 16 de abril de 1915 en la calle las Peñas del barrio de San Lázaro, cuando Zamora no se extendía más allá de la puerta de Santa Clara. "El Correo de Zamora" de ese día, dio cuenta de la inscripción de tu nacimiento en el Juzgado municipal junto al de José Piorno de las Heras; hablaba también de la puntería de los tiradores alemanes en la Guerra Europea; informó de la celebración del novenario a la Divina Pastora del Hospital de Sotelo; del sacrificio de dos vacas, seis terneras, cuatro corderos y dos lechones en el Matadero Municipal; así como del recibimiento de un enorme surtido de gorras y sombreros de todas clases y precios, en la Gran Sombrerería de Jacinto González, en la calle Renova 3. Te gustaban los sombreros, eso también me lo contagiaste.

Fuiste vecino de María "la Calabaza", "la Pitina", "la España", "los Caroles", "los Claritos", el "Tío Valorio" y "la Pimiento" (hasta hace poco más de un año eras capaz de recordar todos los apodos del barrio). Aún habrías de vivir dos guerras más, una de ellas en carne propia que te enseño varias cosas: a hacer las mejores sopas de ajo que he comido nunca; a ponderar lo verdaderamente importante de la existencia; y a tener claro, que pasara lo que pasara, no querías vivir otra más. Creciste en el taller de carros de tu padre, el Sr. Demetrio Domínguez, en la judería nueva donde te licenciaste en tiempo récord como aprendiz, oficial y maestro de artesanías infinitas e ingenierías imposibles. Y desde entonces, allá donde fuiste, nunca te falto herramienta con la que dar rienda suelta a la imaginación más desbordante que he conocido.

Bailarín incansable -esto tampoco lo heredé-, no tardarías en sacar a bailar a Teresa, la del Sr. José Delgado, el panadero de la travesía de Santa Susana en San Lázaro. Con ella bailaste todo lo que os dejaron y más; hasta que uno de los tangos terminó en boda. Y así de baile en baile, y de boda en boda, ganasteis la plata y el oro en ese hermoso deporte de quererse. No hubo tiempo de que ganarais más metales, pero nunca bajaste del podio, ti tan siquiera cuando Teresina dejó de reconocerte como compañero de equipo.

La vida os fue llevando por diferentes paisajes. Primero a Valladolid y luego a Lorca. Tengo una gran deuda pendiente con ese trocito de Murcia pero, sin haberla pisado nunca, creo que podría recorrerla con los ojos cerrados de tanto que os escuché hablar de ella. Y como Teresa era tenaz e incombustible, finalmente regresasteis a Zamora. Y ya en casa, pasabais los veranos en Sanabria. Llegaste incluso a fabricar una casa para llevárosla a cuestas, como los caracoles, a vuestro lugar de descanso favorito. No me cabe duda de que la "Mini Villa" que hiciste mano a mano con Teresa, y que montabais cada verano a orillas del Tera, fue el primer bungalow de la provincia.

En todas tus moradas -más grande o más pequeño-, siempre hubo un taller donde, al margen de tu profesión -primero de militar y luego de funcionario municipal-, trabajaste sin descanso para paliar las carencias de la España en la que te tocó vivir; para darle a tu familia la mejor casa; y para poder recrearte a gusto en tus caprichos, que tanto hicieron disfrutar a tus hijos -Carlos y Maribel-, y a los que llegamos después. Nos enseñaste a reciclar mucho antes de las emergencias climáticas. En casa no se tiraba nada sin que tú lo vieras primero. Cualquier cacharro, por inverosímil que fuera, era susceptible de ser materia prima para un invento nuevo, ya fuera objeto manufacturado o herramienta para hacerlo. No hay rincón de mi casa que no haya sido intervenido, de una u otra forma, por tus manos. Si es verdad eso de que los objetos se impregnan del alma del que los hace, te puedo asegurar que nos dejas repletos de ti.

Nos contaste cientos de batallitas de la guerra y de la vida. Si tuviera que elegir me quedaría con aquella en la que, en pleno Alto del León, enseñaste a leer y a escribir a un compañero para que pudiera degustar, con la intimidad necesaria, las cartas de su novia; o aquella otra, también en Guadarrama, en la que buscando algo de comer, y en medio de la tormenta, "nacionales" y "rojos" compartisteis un rato -sin saberlo-, refugio, tabaco y charla.

Nos acostumbraste mal... Celebramos a lo grande "tus primeros cien", como a ti te gustaba decir. Y también los ciento uno..., y los ciento dos..., y los ciento tres... y los ciento cuatro, hasta que casi perdimos la cuenta. Lejos quedaban los años en los que tan solo celebrabais el santo -y apenas si recordaba la fecha de vuestro cumpleaños-. ¡Que caray! Por qué no celebrarlo todo.

Regresaste a Lorca más de medio siglo después, y mucho sentí no poder acompañarte. Tu que recordabas cuando la velocidad de los trenes te permitía ir contando los postes de la luz durante el trayecto, disfrutaste como un niño chico de ese capricho de la España soñadora y posmoderna llamado AVE. Y una vez allí de los escenarios y paisajes donde habíais sido tan felices. "-Como has visto Lorca, abuelo. -Fantástica, tiene un piso fabuloso, no se mueve ni una baldosa". Efectivamente, por mucho que queramos, ni los niños ni los abuelos, ven la vida con la misma perspectiva que nosotros.

También te empeñaste en regresar al Alto del León, y buscar, campo a través y monte arriba, las rocas donde habíais construido aquel "covacho" antes de lo de Brunete. Y lo encontraste, vaya si lo encontraste, casi ochenta años después. Que mal llevé siempre que la guerra te pillara en el lado de "los malos" (sé que no estarías de acuerdo con esta frase, pero también que siempre me perdonaste que fuera la "oveja negra" de la familia). Como le dijo Osgood a Jerry en el final de "Con faldas y a lo loco", de Billy Wilder, "¡nadie es perfecto!" Cuanto hubiéramos discutido estos días de exhumaciones necesarias, memorias desmemoriadas y reparaciones complejas...

Tenías nombre de rey mago y te gustaba ejercer de ello. Quizás por eso hiciste soñar a tus nietos con juguetes increíbles fabricados por ti, como ese "Hispano Suiza" de pedales que me hiciste el primer año de tu jubilación; el coche de capota para Lucía; la casa de muñecas de Susana; el patinete y tantos otros. Pude heredar tu talento -hubiera estado bien-, pero solo supe heredar tu chulería. "-Que viejo está fulano", decías al cruzarnos con algún amigo al que le sacabas más de veinte años. Cuanto chuleé con ese coche que vigilé con celo y orgullo en aquella exposición de juguetes en la antigua Casa de la Cultura. "-Es mío. Me lo ha hecho mi abuelo", decía orgulloso a todo aquel que se acercaba más de lo conveniente. Estos días el orgullo ha sido el escuchar hablar tanto y tan bien de ti. El mejor regalo de reyes -supongo que del rey Gaspar-.

En los últimos años te dio por la bisutería (lástima de puesto en un mercadillo playero...) y llenaste de "joyas" a la familia. Siempre nos dijiste que cuando te fueras, no te dejáramos marchar sin herramienta, que no sabías si allá donde fueras encontrarías la necesaria para seguir enredando. Así ha sido, no podías irte sin tu particular varita mágica... Te gustaba escribir -quizás de esto también te deba algo-, y lo hacías en cada acontecimiento familiar. No me ha gustado relevarte. Este artículo -el más difícil-, no tocaba aún, abuelo. Además, no era necesario que los lectores de este diario tuvieran que sufrirme más de una vez en esta semana...

Nos malacostumbraste a tenerte, a saber que estabas, a pensar que estarías siempre.... No llegaste a cumplir los ciento cinco pero sí saludaste, discreto, al 2020. No quisiste robarnos el mes de abril, como en la canción de Sabina, y por eso te fuiste sin ruido un 5 de enero, víspera de tu santo, para que hermanos, hijos, nietos y, los últimos en llegar, tus biznietos (Iván, Marina, Javier y también la pequeña Giulia), celebrásemos juntos el regalo de este siglo y pico contigo.

Buen viaje abuelo, ¡que te (y nos) quiten lo "bailao"!